Con los ojos llenos de luz, Juanito espera a Santa Claus, cree que le traerá el tren eléctrico que ha pedido; duerme y sueña con el melodioso chu-chu del carguero de humo.
Pedro trabaja en un lavado de autos, como todos esos trabajadores recibe una paga modesta y espera que las propinas le ayuden a juntar más dinero del acostumbrado, para que su cena de Navidad depare en su mesa el aroma y el calor de un pollo y ensaladas, quizá una botella de sidra y refrescos, quizá un pan de Navidad.
Pedro ha leído la carta de su hijo Juanito a Santa Claus, sabe, con pesar, que su salario no puede pagar un tren eléctrico, que es un juguete que no está a su alcance y que no se trata de cuánto trabaje en el lavado, de todos modos no lo podrá comprar.
Los días transcurren y Pedro no logra juntar el dinero para el tren eléctrico que le ha pedido Juanito a Santa Claus, ha visto una pelota de plástico que sí puede comprar, pero sabe que ello le matará las ilusiones a su pequeño hijo de siete años. En su impotencia, Pedro se cuestiona por qué él no tiene un trabajo decente, recapitula que desde muy niño siempre trabajó y que las cosas no cambiaron con el tiempo; mientras el presidente en cada discurso habla de generar mejores empleos, de distribuir la riqueza, de ese país que sólo aparece en los discursos para los pobres.
Pedro tiene un nudo en la garganta en la cena de Nochebuena, observa a su hijo y a su mujer en la mesa, degusta con amargura el pollo que pudo comprar, su mujer lo mira y se ríe con Juanito, quien agradece a Dios la cena, mientras les dice a sus padres: “Mañana es Navidad y Santa Claus me traerá mi tren”. Los padres de Juanito se miran en silencio, Juanito ríe y come el pollo que tiene un aspecto delicioso.
Juanito cae rendido, Pedro lo toma en sus brazos y lo lleva a su cama, lo arropa y mira el dulce rostro del niño. Esther, la mujer de Pedro, le dice: “Amor, no te preocupes, la pelota será un juguete que Juanito disfrutará, no te preocupes”. Pedro dice al aire: “No sé por qué Dios nos castigó siendo pobres, yo soy un hombre igual a otros, nunca he sido malo ni tenido vicios, y he trabajado desde que era niño, sin que esto signifique que hoy tenga dinero”.
La mañana de Navidad es particularmente gélida, Juanito se despierta y busca a los pies de su cama el tren que le ha pedido a Santa Claus, encuentra una pelota y grita desconsolado: “¡Mamá, papá, Santa Claus se equivocó, no me trajo mi tren, me trajo una pelota!”.
Esther corre hasta su cama y lo abraza, señalando: “Santa Claus está muy ocupado, Juanito, y seguramente se confundió, pero verás que la próxima Navidad te traerá tu tren”. Juanito llora y le dice a su mamá: “M porté bien, fui un buen niño, ¿por qué se equivocó Santa Claus?”.
Pedro sale a su trabajo fumándose un cigarro, tiene las mejillas heladas y las manos entumidas; llega al lavado y le toca la primera camioneta, es una BMW, observa cómo baja de ella una familia mientras escucha a un niño pequeño como de la edad de su hijo decir: “¡Papá, estoy feliz con el tren eléctrico que me trajo Santa Claus!”.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.