Gigante en ese México de 1986, con el alma de las Malvinas, con el corazón de un pueblo que había sufrido por los milicos y sus atrocidades, allí reivindicaba ese grito apagado frente a los ingleses.
Diego, de Villa Fiorito; Diego, de la pelota en el potrero; Diego, el humilde de aquellos años del barro y la resignación de la pobreza. Nada tan mágico como verlo navegar en el empastado, sin fin las piernas que se reían del rival; con la habilidad sin par, el embrujo de la pelota en su vaivén de melodía.
Así lo recuerdo, con la esperanza de una pasión, con el dolor de una vida de privaciones y con los ojos de millones; allí se encumbró el mito y el escándalo.
Diego fue un increíble futbolista en uno de los juegos que los latinos hemos elevado a rango de pasión y gloria, donde sentir los colores de un equipo es identidad y, muchas veces, identidad nacional; en un juego que pierde de perspectiva la razón y da paso al corazón, al sentimiento que se desborda, a la jugada que nubla la razón.
Pero, lamentablemente, también existió el Diego del escándalo, de la prepotencia y de la intolerancia; aquel que olvidó sus raíces, aquel que vivió en los excesos y la ironía.
Hoy su pueblo le ha perdonado todo, lo recuerda entre el mito y la esperanza frente a un panorama discreto, donde no existen muchos momentos para hacer de la alegría algarabía nacional, en un momento donde el mundo se mueve de manera oscura y ciega.
Diego se despide con la imagen de la pelota, con el triunfo de un campeonato del mundo y con la identidad de su pueblo que lo abrazará siempre, sin importar las zonas oscuras, sin darle importancia a su indolencia o a sus alardes de grandeza.
Los pueblos necesitan mitos y héroes y, desde luego, héroes míticos. El Diego lo es.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
