La casa en que me quedo

En medio de esta crisis que nos tiene alejados y temerosos de la vida pública, la atención se ha volcado en un espacio esencial para nuestras vidas: la casa. Vista de una manera muy simplista, la casa es “una construcción cubierta destinada a ser habitada”.

Hay que explicar algunas cosas: cuando hablamos de una construcción, hablamos de un producto, y cuando la vivienda se convierte en un producto, las fuerzas del mercado encuentran en ella un maravilloso campo para el lucro y el ejercicio de la violencia, esa que no derrama sangre, pero que es igual de dañina y deplorable.

Se lee en las publicaciones en redes sociales que “para quedarse en casa hay que tener una”. Es verdad, pero también es verdad que tener una casa no basta, ¿qué tipo de casa tenemos? ¿Podemos estar protegidos del mundo en ese lugar? ¿Estamos mejor allí que en el peligro de la calle y la enfermedad?

Según datos del Consejo Nacional de Vivienda (CONAVI), en Hidalgo existen 756 mil 798 viviendas particulares, de las cuales 198 mil 783 presentan carencias de calidad y servicios básicos como acceso al agua, electricidad y drenaje. Si a esto sumamos que es la casa el lugar donde se viven con más frecuencia ciertas violencias, tenemos frente a nosotros una realidad apabullante.

Del mismo CONAVI sale un dato muy interesante que revela que el 62.9 por ciento de los dueños de una casa en Hidalgo son hombres. Este parece un apunte estadístico más, pero en esos números se resume una realidad que hoy está siendo cuestionada: el acceso a la vivienda digna. 

Este problema no es propio de Hidalgo, ni de México, aqueja a todo el mundo y nos hace reflexionar los lugares desde los que se tiene que analizar la vivienda, es decir, si el debate es arquitectónico, macroeconómico, político o filosófico. 

La crisis por la pandemia está haciendo sangrar viejas heridas, pero la de la vivienda ahora está llena de pus y de sangre.


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