No hay plazo que no se cumpla ni mal que dure 100 años, y tampoco, con la febril convicción histórica, una revancha que no llegue a nivel político.
Luiz Inácio Lula Da Silva, quien fuera presidente del Brasil, fue acusado de manera brutal y corrupta por parte del Estado brasileño y la clase política, que intentaron castigar a líder de los desposeídos con una ferocidad que fue impugnada, inclusive, por detractores y adversarios de Lula a nivel nacional e internacional.
Después del desastre del gobierno de Jair Bolsonaro, que le ha dado la espalda a los que menos tienen y sigue con sus prácticas de exmilico fascista, ahora la elección presidencial presenta una ventaja para Lula en el balotaje de la segunda vuelta (que se llevará a cabo el 30 de octubre) por un margen de 7% de la intención de voto; por otra parte, el propio desgaste de Bolsonaro perfila una probable derrota electoral, y lo que es peor, de una derrota social de los sectores de las élites de Brasil.
Irónicamente, al igual que Lula estuvo en el banquillo de los acusados de manera injusta, de perder la elección, Jair Bolsonaro tendría que poner sus barbas a remojar, porque el manejo de la probidad pública no es su fuerte y, por ende, lavar las manchas de los manejos del Estado se percibe poco menos que imposible.
“El que nace para corrupto, se le pudre el culo”, decía mi abuela.
Entre peras y perones, todo apunta a que Lula será el próximo presidente de Brasil, pero la distancia que guarda sobre la intención de voto sobre Bolsonaro no ha dejado de manera contundente el hecho de que la elección la tenga en el bolsillo, pero sigue siendo una ventaja significativa.
Por lo pronto, Bolsonaro se encuentra decretando condiciones que pudieran incidir en el ánimo de los ciudadanos, pero esto no parece que pueda hacer olvidar las cagadas que hizo en el manejo de la pandemia, lo cual puede pasarle la factura del rechazo político de la mayoría de los votantes el 30 de octubre.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
