Ni de aquí ni de allá

Mayra García Sánchez

Hace unos días leía una estadística del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones sobre la comunidad mexicana en España. Dicha información hacía mención sobre el total de mexicanos que residimos legalmente en este país: 18 mil 845 mexicanas y mexicanos. De esa cifra, 11 mil 455 personas estamos bajo el régimen comunitario, es decir, casados con españoles o con algún nacional de otro país europeo.

Sinceramente nunca pensé vivir aquí, a lo mucho imaginé conocer, aunque he de confesar que no soy la primera en la familia que se casa con una persona de nacionalidad española. El primero fue mi bisabuelo, formó una familia con una castellano-manchega. 

Conocí a mi esposo por internet allá por 2009; el desarrollo de plataformas como Facebook estuvo de nuestra parte, éramos también viciosos de juegos como “Pet Society” y “Dark Orbit”, el tiempo que pasábamos jugando nos hizo convivir e ir creciendo en amistad.

Él me invitaba a Madrid y mis amigas decían: “¡No!, ¿qué tal si pertenece a una banda de trata de mujeres y te está engañando?”. Y por su lado, sus amigos le decían: “¡No vayas a México!, ¿qué tal si es una mentira y es un narcotraficante que te quiere secuestrar?”. Se leen tantas cosas en internet que siempre hay que andar con precaución. Recuerdo que una amiga me dijo: “Si realmente te quiere, será el primero en venir a verte’”. Un amigo de su trabajo lo animó a vencer el miedo y conocerme. 

El Ministerio de Exteriores tenía una lista de ciudades consideradas como peligrosas, en las que figuraba la mía (Reynosa, Tamaulipas). Le aconsejaban que llamase cada vez que cambiara de lugar para que supieran dónde estaba; le pintaban un país altamente riesgoso, pero aún así y sin conocer a nadie se animó a conocer mi territorio. 

Él aún recuerda ese primer viaje como algo alucinante, ya que le tocó ver al ejército en acción, hombres encapuchados con armas largas y ver las consecuencias de la guerra contra el narcotráfico en nuestra sociedad. Le impresionaba ver cómo habíamos normalizado la violencia, el que el ejército acampara a sus anchas en las calles y que nuestra vida social estuviera condicionada por precaución. Nos casamos en 2013 y la situación de inseguridad en México hizo inclinar la balanza de establecernos en Madrid, capital de España, ciudad natal de mi marido. 

Recuerdo las palabras de una persona muy importante para mi esposo, casi como un segundo padre que en forma de chascarrillo me dijo: “¿¡De verdad crees que esto es lo mejor que te puedes conseguir!? ¡Los hay mejores!”, anécdota que nos da mucha risa, pero que me gusta recordar. Hoy por hoy sigo pensando que es la mejor persona para mí, de buenos valores, trabajador, sensible, cualidades que van más allá de una nacionalidad; es un ser humano funcional a quien no se le caen las manos por cocinar, lavar el baño o fregar los platos. Como buen español, refunfuñón y quejoso, pero eso ya viene de fábrica. Yo también tengo lo mío. 

Quiero dejar claro que no todas las historias terminan bien, de hecho, ¿cómo sé yo que la mía será para siempre? No es bueno idealizar ni pensar que en España no hay violencia machista, ni trata o delincuencia, todos los días llegan mujeres y hombres ilusionados como una vez llegué yo, y se encuentran con un panorama totalmente diferente a lo que pensaban. Sufren violencia física y psicológica de parte de sus parejas, por eso nunca está de más investigar y tomar todas las precauciones antes de dar el gran paso. 

Me tocó empezar de cero en un país con el que compartimos idioma, pero es una sociedad muy distinta. Es una experiencia muy difícil… la distancia te muestra el valor de tu familia y lo lejos que te encuentras de tus padres para abrazarlos, no estás para cuidar sus enfermedades y a veces solo te quedan como recurso las oraciones para pedir que sigan en esta vida aunque no los puedas ver todos los días. Te vuelves una persona a medias, la mitad de tu corazón está aquí en España con tu esposo y la otra allá en México con tu familia. Te sientes privilegiada por vivir en un país con un estado de bienestar mayor, pero te sientes triste de que tus seres queridos no pueden disfrutar de ese mismo bienestar en su país. 

Me pregunto si alguna vez esta sensación se pasa…


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