El pez grande se come al chico, siempre, pero para ello se necesita ser un pez grande, porque si sólo se es un hocicón cuyas bravatas se tiran al viento para levantar polvo y no enfrentar la realidad, entonces no se es un pez grande sino un boquifloja.
Trump y sus estupideces: ahora resulta que tacha de honorable al líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, después de meses de hostilidad donde no ha hecho otra cosa que tildarlo de loco, imbécil o siniestro, puesto que tiene al mundo en vilo y a punto de la tercera guerra mundial. Todas ellas son monsergas de Trump, cuyo único protagonismo es el que se construye desde la bravuconería y Twitter.
Además de esta forma tan atroz de cómo Trump se baja los pantalones ante Kim Jong-un, ahora ha dicho que quiere reunirse con él lo antes posible, incluso si se puede antes de la Cumbre entre las dos Coreas, cuestión que denota que el neoyorkino ya le sacó jugo al limón, y antes de que pase algo más grave, prefiere besarle los huevos al líder coreano y tratar de que todo quede “entre amigos”.
Nada de esto habría sucedido si Donald Trump se asumiera como un jefe de Estado que responde al liderazgo, equivocado o no, que siempre ha tenido Estados Unidos en la vida internacional contemporánea, pero como utiliza una técnica de golpeo ante sus supuestos adversarios, tarde o temprano alguien le iba a romper el hocico como al perro de tía Cleta.
Qué chingón es ser héroe después de que la guerra terminó, porque así uno puede contar historias fantásticas que los que no te conocen “aceptan” como verdaderas.
El artero ataque de Estados Unidos y sus aliados a Siria es el más puro ejemplo de que Trump sólo madrea al desvalido, pero cuando se topa con un chingón, es evidente que le tiemblan las patitas, por ello persigue a migrantes indefensos, es culero con negros y mestizos y patán con las mujeres, mientras que con Kim Jong-un se pone de rodillas y se unta vaselina.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
