Al inicio de La caja, vemos al joven Hatzin (Hatzin Navarrete) patear con furia el baño de un transporte suburbano. Justificamos su furia, al ver que va por los restos de su padre a una fosa común, en los áridos parajes del norte de México; pero ya de regreso, en el camión, ve a un hombre parecido a su progenitor y decide quedarse a investigar.
Ese es el motor del cuarto largometraje del venezolano Lorenzo Vigas (Desde allá y El vendedor de orquídeas), basado en un buen guion del propio realizador, Paula Markovitch y Laura Santullo, que se acaba de estrenar en la Cineteca y en la cartelera comercial.
Mario (Hernán Mendoza) rechaza a Hatzin en un principio y quiere deshacerse de él; tiene una nueva familia, con una joven esposa embarazada, pero Hatzin es muy terco; ha vivido sin su padre desde pequeño y, ahora que ha muerto su madre, solo tiene a su abuelita.
El recio norteño se dedica a emplear personal para la maquila, y al ver que Hatzin tiene más estudios que él, lo contrata como ayudante.
El estudiante de secundaria irá conociendo, poco a poco, a su padre, capaz de ocultar cadáveres de trabajadores inconformes o de asaltar a amigos, para robarles su maquinaria y poner su propio negocio. Hatzin deberá decidir si quiere ser parte de esa vida o seguir su propio camino.
La cinta recae mayormente en ambos personajes, que tienen un desempeño notable, con el debutante Hatzin y el veterano intérprete de Después de Lucía y La cuarta compañía.
La caja es una cinta que demuestra que se puede hacer buen cine con pocos recursos, pero con una buena historia.
Por: Jorge Carrasco V.
Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Periodista activo desde 1981 en diversos medios. Especialista en temas internacionales, deportes y espectáculos. Autor de biografías sobre Pedro Infante y Joaquín Pardavé de Editorial Tomo.