Salvador Allende a 50 años de la libertad

Los aviones de la Fuerza Aérea bombardeaban el Palacio de La Moneda en Chile; era una mañana fría y gris donde la esperanza de miles de chilenos sucumbía frente al cruento golpe militar fascista que enclaustraba la libertad y la democracia, para sembrar el terror y la muerte a través de una sangrienta dictadura.

Salvador Allende, empuñando un fusil, se aprestaba a morir, no como mártir, sino como hombre de su pueblo; allí se erigió la figura inmortalizada en la historia de la modernidad del estadista que, como él dijo, “sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia”. Entonces, entre la metralla y la muerte, apareció esa oda a la vida y la libertad que esgrimió con en metal tranquilo de su voz: “Tengo fe en Chile y su destino, superará otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse; sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

En Washington, Richard Nixon festejaba el golpe de Estado y la muerte de Salvador Allende, que había dejado el legado de las grandes alamedas, aquellas que se abrieron al paso del hombre libre, de nuevo, pero no para crear, todavía, un mundo que no lo arrodille frente a la opresión de ese Estado autoritario y desigual que, valiéndose de la ley oscura, margina a mujeres y hombres y reduce la esperanza a la sobrevivencia, pero jamás a la vida digna que tienen derecho los seres humanos.

En la oscuridad de mis recuerdos se agolpan las imágenes de Santiago ensangrentada, de los campos de concentración, de la persecución de mi padre y ese hedor irrespirable a muerte y asesinato, del exilio que impedía construir la vida en la patria; imágenes que están vivas, que no pueden morir porque las ideas no pueden ser cegadas, porque la vida se abre paso aun entre los criminales y los dictadores para aleccionar con la ferocidad de la sabia de la conciencia, que no se destruye el legado cierto de la libertad.

Allí, desde la cordillera y las nieves eternas, se ven los ojos de Allende y Neruda, desde el suave murmullo del ruiseñor, el aleteo del cóndor y el color de los copihues; allí, el viento aún susurra desde las araucarias: “Tengo fe en Chile y su destino”.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.