Solidaridad entre ciudadanos reaviva nuestra esperanza

Estoy convencido que los desastres naturales siempre sacan lo mejor de una sociedad. En estos días interminables, donde el miedo y la incertidumbre parecen apoderarse del ánimo de quienes vivimos en la Ciudad de México, los huracanes y terremotos no nos han dado tregua para tratar de entender la dimensión de la tragedia; en cambio, en un deseo de supervivencia se antepone un sentimiento más poderoso al temor, ese que nos levanta de la adversidad y nos refuerza nuestra esperanza por la civilización: la solidaridad.

Aunque parezcamos egoístas e individualistas en nuestras vidas cotidianas, cuando la crudeza de la tragedia afecta a otro mexicano, de forma casi inexplicable resucitan los grandes valores del humanismo. Así, de golpe y porrazo, dejamos de lado nuestros habituales prejuicios contra el otro y nos abocamos a tratar de apoyar en un legítimo deseo de hermandad a aquél que hasta hace poco veíamos indiferente. Curiosa reacción humana, ¿no lo cree? Así somos de complejos los seres humanos. Los mexicanos, una especia todavía más compleja, somos el resultado de una abundante herencia étnica y multicultural y a pesar de nuestras diferencias, a las que también se suman las socioeconómicas, hemos roto esa concepción materialista y cultural por abrazarnos como hermanos y aferrarnos juntos al milagro de la vida.

Emoción incontenible producen las escenas en las que miles de estudiantes, scouts, militares, civiles, albañiles, trabajadores de limpia, empresarios, deportistas, amas de casa, ancianos… se desprenden de la comodidad de observar un espectáculo por televisión y de forma espontánea se trasladan con más entusiasmo que organización a los lugares donde se advierte la necesidad. La elegante señora de la Del Valle prepara ricos chilaquiles, arroz y frijoles y con una sonrisa entrega un plato caliente lo mismo al heroico bombero que al humilde chavo de Ecatepec que recorrió dos horas para prestar sus brazos hasta que las fuerzas se lo permitieran. Imágenes de una inédita solidaridad por la desventura del otro, del desconocido al que probablemente alguna vez le mentamos la madre porque no nos dejó cruzar en la esquina con el Tsuru. Un sentimiento  enterrado que brotó con toda la fuerza porque de ese tamaño es la camaradería de los mexicanos.

Pocas ocasiones se puede decir que la ayuda rebasa las necesidades, y al menos en esta ciudad así ocurrió con el fenómeno de masas, sí de masas, que provocaron las gigantescas olas de personas con víveres, manos y mucho corazón que se desbordaron en Xochimilco, la Obrera, Narvarte, Del Valle, y muchas colonias donde se demandaba ayuda por las redes sociales. Montañas de envases de agua, latas, medicinas, papel de baño, herramientas, guantes y hasta comida para los perritos que también son nuestros amigos en este mundo. Mención aparte merecen los satanizados millenials, quienes dieron lección de civismo y empatía con la catástrofe utilizando todos los medios al alcance para contribuir a ayudar al desconocido. Pasaron de ser audiencia pasiva a una poderosa energía de cooperación social.

En la delegación Benito Juárez, una de las más afectadas, cuya demarcación ostenta el índice de desarrollo humano más alto de la capital, de México y uno de los mejores del mundo, en esta ocasión no bastó ocupar un lugar protagónico de calidad de vida para quedar inmune a la furia de las capas tectónicas que colapsó modernísimos edificios, e incluso algunos recién construidos, prácticamente sin estrenar. Esta delegación, como muchas otras y también municipios, llora a sus muertos y mantiene la esperanza de rescatar a unos cuantos más; sólo queda la esperanza, suficiente para detonar en habitantes externos una honesta y genuina acción comunitaria sin banderas, ni clase, mucho menos de edad. Ahí, en las calles de las demolidas y fracturadas edificaciones,  jóvenes con alegría y voluntad no han parado de trabajar en jornadas que rebasan las 24 horas. Universitarios trasladados no sólo a las zonas conflictivas de la capital sino a la aventura de apoyar a poblaciones en Morelos, Puebla y Guerrero, se la están rifando por levantar este país, desde las labores de rescate, reconstrucción, albergues y centros de acopio. Así como ésta, se multiplican las historias por doquier.

Seguro estoy que esto no es un experimento social, una conspiración para arrancarle por populismo los recursos a los partidos, exhibir el liderazgo del pueblo frente la inacción del gobierno; es tan sólo una expresión maravillosa de que sí nos importamos entre nosotros mismos, de que somos de piel, sangre y hueso, y todos somos más allá de nuestras ridículas diferencias y estratificaciones sociales, somos personas con las mismas necesidades. Me llena de orgullo ser mexicano y no puedo dejar de  soslayar la grandeza de este pueblo que se sobrepone a todo.

Así somos los mexicanos, de puritito corazón; ojalá no tengan que ocurrir estas tragedias para recordarnos que debemos empezar a entendernos y apoyar al que más lo necesite.

PD En esta ocasión no quise hacer analogías beisboleras, simplemente los capitalinos pegamos un cuadrangular con casa llena.

Por: Mario Ortiz Murillo

Por vocación sociólogo, de placer periodista. Soy un adicto enfermizo a las buenas y malas películas, especialmente las de culto (para mí). Me considero plural y lucho, desde mi humilde tribuna, en el aula y en la prensa por promover la tolerancia. Fiel seguidor de los Pumas, el mejor equipo de México y de la mejor institución del mundo, la UNAM. Aunque mi verdadera pasión no está en el deporte de las patadas sino en los batazos y las atrapadas. El rey de los deportes, según mi filosofía, debería convertirse en el deporte nacional y mundial por decreto de la ONU. Cuando esto ocurra, prometo jubilarme y dedicarme a bolear zapatos y arreglar bicis.


ARCHIVADO EN:




TRES BOLAS Y DOS STRIKES - Mario Ortiz Murillo

Por vocación sociólogo, de placer periodista. Soy un adicto enfermizo a las buenas y malas películas, especialmente las de culto (para mí). Me considero plural y lucho, desde mi humilde tribuna, en el aula y en la prensa por promover la tolerancia. Fiel seguidor de los Pumas, el mejor equipo de México y de la mejor institución del mundo, la UNAM. Aunque mi verdadera pasión no está en el deporte de las patadas sino en los batazos y las atrapadas. El rey de los deportes, según mi filosofía, debería convertirse en el deporte nacional y mundial por decreto de la ONU. Cuando esto ocurra, prometo jubilarme y dedicarme a bolear zapatos y arreglar bicis.