Más de una vez me han preguntado: “¿para qué escribes?”, y mi respuesta casi siempre retumba en el silencio. Pocos reciben bien cuando digo que yo no escribo ni para vender, ni para ser famosa, ni para escalar en la pirámide de ninguna elite literaria por pequeña, grande, antaña o innovadora que sea. Yo escribo porque sí, porque la voz no me alcanza para llegar a los ojos, que son la vía directa al alma.
En el camino, claro, he visto labios fruncidos y escuchado palabras como “deberías intentarlo más” cuando digo que no pretendo mucho; han halagado mis letras, las han hecho menos, y cualquiera que sea el caso, vuelvo a escribir solamente cuando tengo algo que decir y porque quiero decirlo.
Yo empecé a escribir pensando que nadie me leería, lo hice sin estar consciente del privilegio que tenía al disponer de un espacio enorme en un diario que me abrazó más que con sus páginas: con el corazón. Ese sitio fue mi casa y lo sigue siendo precisamente ahí, en mi corazón. Ésa es mi guía. Y hoy, trece años después, estoy en un lugar que tiene espíritu, que me recibe y me deja ser quien soy, como lo hace el amor.
El aplauso nutre, es verdad, pero yo prefiero la sonrisa sincera de quien halla no un espejo, sino una ventana entre tantos vidrios polarizados. Yo no compito porque la vida no tiene las mismas batallas para todos, a veces ni siquiera son carreras, ni desafíos. Es la vida, y ya.
Y la vida te da silencio a veces, y le toca al amor decirte que todo estará bien y que, sin presiones ni reproches, te recibirá de vuelta cuando la tormenta haya pasado. Yo me quedo allí. Aquí.
Por: Alma Santillán
Mujer, escritora, pachuqueña. A veces buena, a veces mala. Tiene dos mascotas que no se toleran entre sí, y dos corazones, porque uno no le alcanza para todo lo que siente.
