Cínica-descarada

En mi tierra, Tulancingo, de enorme riqueza lexical, o sea de vocabulario amplio, delicioso, noble, no usábamos la palabra “cinismo” para referirnos a las conductas que considerábamos descaradas, sino, precisamente, utilizábamos el adjetivo “descarado”. Hubo, sin embargo, un día en que mi abuela Elvira, encendida de ira, ella que jamás depuso su sonrisa, aplicó los dos calificativos contra alguien: “cínica, descarada”. Por qué, no recuerdo. Contra quién, eso sí que lo recuerdo pero no viene al caso. El ídem es que la destinataria de la diatriba, entre dientes, susurró: “No soy bacinica descascarada”. Mi abuela alcanzó a escucharla y con su sonrisa recargada de dulzura expresó que no era para tanto. Sin embargo, rasgo típico de mi tierra y de mi familia, la frase cínica-descarada cristalizó en un sintagma imprescindible cuando el descaro sobrepasa los límites de lo admisible. Por eso ahora, al oír en la tribuna parlamentaria a una rata descriada de nombre Claudia Ruiz Massieu Salinas, imaginé a mi abuela sonriente repitiendo: bacinica descascarada.

Por: Agustín Ramos

El tiempo pasa, lo digo yo que nací en 1925, según los dueños de la palabra municipal. El tiempo pasa, hace un rato era de día y ahorita son las once con trece minutos de la noche. Me llaman Agustín Ramos (fíjense bien que no digo "me llamo", porque no acostumbro llamarme a mí mismo, ¿para qué?, si casi siempre estoy aquí conmigo). Nací en el año ya dicho por los ilustres poetas funcionarios, más ilustres que poetas, eso sí, aunque también el lustre y el puesto de funcionario les venga por la digna vía de la autopromoción. No es por hacer sentir menos a nadie, pero soy de Tulancingo... je, je. Me llevaron a México y ahí me puse a vivir. No concibo la escritura como algo distinto a la vida. Digo "viví" y es lo mismo que si dijera "escribí"; escribí millones de hojas, quince libros, o menos, como 17, entre novelas, ensayos y cuentos, sobre todo de temas históricos. Esto último gracias a la soberbia historia minera de estos lares míos y a la nostalgia que estos lares míos me producían cuando estaba recién llevado a México, ciudad donde viví y amé casi tanto como aquí. Y, bueno pues, ya son las once con 24. ¿Ven?, se los dije: el tiempo pasa, que me lo digan a mí que nací en 1925... Yo, el rey.






¿Y AHORA? - Agustín Ramos

El tiempo pasa, lo digo yo que nací en 1925, según los dueños de la palabra municipal. El tiempo pasa, hace un rato era de día y ahorita son las once con trece minutos de la noche. Me llaman Agustín Ramos (fíjense bien que no digo "me llamo", porque no acostumbro llamarme a mí mismo, ¿para qué?, si casi siempre estoy aquí conmigo). Nací en el año ya dicho por los ilustres poetas funcionarios, más ilustres que poetas, eso sí, aunque también el lustre y el puesto de funcionario les venga por la digna vía de la autopromoción. No es por hacer sentir menos a nadie, pero soy de Tulancingo... je, je. Me llevaron a México y ahí me puse a vivir. No concibo la escritura como algo distinto a la vida. Digo "viví" y es lo mismo que si dijera "escribí"; escribí millones de hojas, quince libros, o menos, como 17, entre novelas, ensayos y cuentos, sobre todo de temas históricos. Esto último gracias a la soberbia historia minera de estos lares míos y a la nostalgia que estos lares míos me producían cuando estaba recién llevado a México, ciudad donde viví y amé casi tanto como aquí. Y, bueno pues, ya son las once con 24. ¿Ven?, se los dije: el tiempo pasa, que me lo digan a mí que nací en 1925... Yo, el rey.