El hombre obsoleto

Los sujetos sociales que dominan el mercado han cosificado a los seres humanos y nos hacen útiles mientras generamos dinero o valor de producción.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.

El maquinismo del siglo XIX y las condiciones científico-técnicas de la revolución industrial produjeron cambios significativos en la conducta social y, por ende, en la percepción del tejido social, al grado que se planteó la idea de que el progreso de la ciencia aplicada a la industria crearía “bienestar y armonía social” en occidente, pero la Primera Guerra Mundial le quitó la máscara a esta idea, porque la ciencia servía para crear máquinas de guerra que terminaban con la vida de seres humanos.

El desencuentro del hombre con la máquina no es per se, en realidad no existen desencuentros lineales con los artefactos; su uso se inserta en las lógicas sociales, en sus diferentes dimensiones (trabajo, educación, salud, producción, recreo). Lo que en realidad sucede es que las élites económicas y políticas que suelen “no siempre” encausar la realidad social, han creado a través del mercado un utilitarismo humano, creando con ello la obsolescencia del hombre, porque hace que las máquinas sustituyan gran parte del trabajo humano para pluscapitalizar sus inversiones y ganancias, lucrando sin escrúpulos y cosificando las relaciones humanas.

Las máquinas son inertes, no tienen vida; son los sujetos sociales que dominan el mercado los que, en los últimos dos siglos, han cosificado a los seres humanos, nos han vuelto objetos para la obsolescencia, somos útiles mientras generamos dinero o valor de producción y cuando esto termina, nos despiden de nuestro trabajo y empujan a la miseria social o a la cruenta sobrevivencia, como apreciamos desde la gran crisis de 1929.

Como nunca antes en la historia de la humanidad, vemos al tejido social en el utilitarismo del mercado, al grado que en infinidad de países los sistemas de pensiones son raquíticos y la mayor parte de la población no cuenta con ellos, pese a que directa o indirectamente contribuyeron a construir esos mismos países donde ahora las autoridades les niegan una pensión digna para su vejez y a cambio les dan, en el mejor de los casos, migajas o programas asistenciales miserables.

A la mayoría de los ancianos en las calles nadie los mira con respeto o muy pocos lo hacen, porque son hombres obsoletos, anacrónicos y sin valor monetario, salvo cuando se mueren y las funerarias monetizan sus ganancias con su muerte; en pocos casos y en pocos países los ancianos son vistos como seres humanos y no como los objetos en desuso de la vida social.

Somos hombres obsoletos porque las élites económicas y políticas nos han cosificado y obligado a competir en un sistema que ni siquiera es salvaje, porque los animales tienen interacciones sanas, los salvajes son los hombres que explotan a la humanidad.

 

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