Entre virus y sismos imaginarios: un simulacro en tiempos de pandemia

El gobierno federal hizo el anuncio, la semana pasada, que tras haber determinado una suspensión de los simulacros derivado de la pandemia por el covid-19, volvería a retomar estos ejercicios, para que a la ciudadanía no se le olvide los tres preceptos básicos en caso de un terremoto, y que desde la primaria nos han dicho hasta el cansancio: no corro, no grito, no empujo

Aunque parece un ejercicio sensato, con el que pretenden fortalecer las medidas de prevención ante una eventualidad así, la verdad es que las circunstancias para el país son otras. Dicen por ahí que el horno no está para bollos, y que México no está para aglomeraciones como el que veremos en un momento, pues hay un enemigo más poderoso que las mismas placas tectónicas: el coronavirus

El Palacio de Gobierno, en Pachuca, es una sede más de las que establecieron, entre oficinas, y edificios públicos, para que los funcionarios aprendan a reaccionar en el caso de un temblor: la experiencia que nos dejó aquel 19 de septiembre del 2017 nos demostró que Hidalgo también puede ser susceptible a cualquier movimiento telúrico, que ya no es cuento en que solo en la ce-de-eme-equis ocurren esas cosas. 

Treinta minutos antes de la hora acordada se respira una habitual tranquilidad dentro de la zona céntrica… bueno, la tranquilidad como la conocemos cotidianamente: personas cruzando la explanada de la Plaza Juárez de extremo a extremo, lustradores de zapatos sentados en las bancas aledañas esperando clientela, personas enfundadas en uniformes cafés con vivos fluorescentes barriendo el suelo. 

Algunos funcionarios (imposible no identificarlos con tamaños gafetes) apostados a las orillas del Palacio, como previniéndose psicológicamente de lo que iba a ocurrir, con cigarro o un vaso con café en la mano, mientras a la vez tratan de escapar un poco de la rutina y del hastío que, a veces por inconsciencia o por puro gusto, los ciudadanos comunes y corrientes les llegan a ocasionar. 

Veinte minutos: un grupo de barrenderos se colocan en las puertas del edificio, y enseguida comienzan a barrer, a recoger los desperdicios –o el polvo-, mientras que el resto de la plaza luce con pintas, nombres, símbolos, el recordatorio permanente de que el Estado les falló a ellas, y que aún se sigue sin responder aquella petición enérgica: ni una menos

Unas camionetas llegan al costado de la plaza, precisamente en la estación Plaza Juárez del Tuzobús, y de allí salen personas que comienzan a registrar cada uno de los destrozos dentro del inmueble, y una venerable mujer, de unos 60 años o más, al parecer apenas se dio cuenta que este paraje de transporte no volverá a abrir, al menos hasta nuevo aviso. 

De pronto, comienza a disminuir el número de personas en la explanada. Es el momento en el que, como lo describió alguna vez un poeta (¿o fue un cantautor?), se vive una calma inquietante, la calma antes de la tormenta. Pero, ¿por qué temer? Es solo un sismo imaginario. 

Diez minutos: un camión de bomberos hace su entrada a la plaza, y que a pesar del tamaño y su imponencia, su llegada es muy discreta, apenas algunos llegaron a ver su ingreso; y una vez que hicieron su maniobra para estacionarse, varias personas en uniformes, también fluorescentes, comenzaron a tomar posesión de sus puestos. 

A estas alturas del día, el sol se siente con cierta intensidad, que por unos momentos hace olvidar los pronósticos del clima, en el que advierten que Pachuca todavía será lluviosa. La mayoría de las personas en las inmediaciones prefieren guarecerse cerca de los árboles de la plaza, y las sombras comienzan a disminuirse. Con la falta que hacen los que venden las paletas heladas… 

La Plaza Juárez sigue transcurriendo el día de forma habitual, con el ruido del motor del Tuzobús de fondo, algunas zancadas de los transeúntes, y uno que otro claxon tocando La cucaracha o la lambada, secundados por las sirenas de las patrullas. Solo que el sello distintivo de esta estampa es que la mayoría de las personas que circulan en este sitio solo se les pueden ver los ojos. El resto de sus rostros están cubiertos con barbijos. 

Y el conteo regresivo: cinco, cuatro, tres, dos, uno… Las once y media. Que comience la función

Una alerta apenas perceptible surge del interior del Palacio de Gobierno. Un minuto después de haberse emitido comienzan a salir las primeras tropas, todas yendo como hormigas hacia la explanada, pero con una pasividad tremenda. Varias personas con cascos en sus cabezas, los brigadistas, les gritan sin parar: mantengan su distancia, por favor

Al frente del asta bandera, cinco personas sosteniendo cartelones indicando a que piso pertenecen les hacen la indicación que, a la manera de las salidas escolares, deben formarse detrás de ellos, tomando distancia por tiempos, mantener cerradas las filas, y que por lo que más quieran, no se quiten el bendito cubrebocas

Otros grupos comienzan a arribar a la plaza, provenientes de la puerta trasera del edificio (y que posiblemente vengan de los pisos superiores), las personas de cascos y chalecos reflectantes les hacen indicaciones de que deben seguir el protocolo y mantener sus puestos; el resto, por su parte, aprovechan un momento para consultar las actualizaciones de sus redes sociales. 

Después de unos momentos, y tras un desfile al estilo la marcha del pingüino emperador, los últimos en salir de Palacio son Simón Vargas y Jessica Blancas, los encargados de las políticas internas y de las finanzas estatales, respectivamente. Ambos funcionarios, junto con los brigadistas, comienzan a supervisar que todo salga en orden, y que todos usen el cubrebocas. Ya saben, son tiempos pandémicos

El cronómetro se detuvo a los cuatro minutos y nueve segundos de haber iniciado la alarma; Vargas, Blancas y el resto de los comandos se reúnen en frente de toda la plaza, la misma que siempre ocupaban los manifestantes casi cada semana, pero que ahora lucía con personas muy bien vestidas, todas en filas. 

Quienes coordinan este simulacro se reúnen en círculo para comenzar a hablar entre ellos: es inaudible lo que ellos comentan, pero quizá estén dando algunos datos preliminares sobre cómo resultó la capacidad de reacción, si llegaron a salir todos y si no hay incidencias. Es eso, o a lo mejor están planeando hacer otra cosa. 

Y después de unos minutos, uno de los portavoces da los pormenores: la hipótesis fue un sismo de unos 8.1 grados en escala de Richter, se evacuaron a 595 personas: 450 trabajadores y 145 visitantes (por azares del destino), participaron 82 brigadistas, y el inmueble no cuenta con afectaciones en su estructura, por lo que es seguro regresar. Gracias por su participación. 

Simón Vargas da otro informe: el estado cuenta con alarmas en mil 211 inmuebles, de los cuales, 137 son de instancias federales, 423 en las estatales, 137 en las municipales y 514 de la iniciativa privada. Y que los cuatro minutos que tardaron en desalojar –a pesar del paso lento de algunos- fue tiempo suficiente. 

Y al parecer quedaron atrás las representaciones cuasi dramáticas de heridos a punto de ser abordados en ambulancias, acompañados de un desplegado impresionante de vehículos de emergencia con sus torretas y sirenas encendidas. En pocas palabras: todo sereno

El secretario Vargas y Blancas desaparecen de la escena, dejando a los brigadistas con la responsabilidad de que, con la misma parsimonia con la que los funcionarios salieron al exterior, ahora regresarán a sus labores, y de la misma forma en que lo solían hacer en la primaria, van llamando cada una de las filas para ingresar, en orden y con sana distancia, al Palacio de Gobierno

Al final, solo quedaron los brigadistas, quienes aprovechan el momento para tomarse la foto del recuerdo, posando como diciendo “misión cumplida”. El reloj de la Flor de Pachuca finalmente marca el medio día, y la ciudad vuelve a su tranquilidad habitual, como si nada hubiera pasado


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