La comprensión ontológica 22

Eres el sueño de Nietzsche, me dijo una vez mi hermano.

 

22.1     La última vez que lo vi fue cuando convocó a un alzamiento armado en el rancho de mi abuelo, centenares de campesinos escucharon sus argumentos y, mediante un plan de acción impreso en miles de panfletos, lo siguieron como el caudillo de la rebelión más grande de la historia. Empero, el fenómeno anterior detonó la embolia del viejo que, a la postre, causaría su muerte.

—Me voy a la guerrilla en Chiapas, hermano.

—¿Y yo?

—Tú irás a una escuela en los Estados Unidos.

—No quiero ir solo.

—No puedo estar contigo siempre.

Cuando estaba en Humboldt intenté contactarlo escribiendo cartas a la sección “Palabra de lector” de un semanario político que cubría los conflictos sociales en el sureste, opinaba sobre los reportajes de las guerrillas y, utilizando referencias que sólo nosotros conocíamos, ofrecía un apartado postal para localizarme.

—Eres el sueño poético de Marx —le dije.

Aunque yo consideraba que su objetivo era ilusorio, ingenuo y  fantasioso, no disentía completamente de su principal tesis: el objetivo de la filosofía es, fundamentalmente, la revolución. ¿Qué tipo de revolución? En eso disentía, pero si antes creía que Hegel era el filósofo más egocéntrico de todos los tiempos ahora confirmo que Marx es su mejor discípulo también en ello, con él se refunda la humanidad pero, paradójicamente, como un ideal. Mi hermano pensaba igual o más allá al creer que la naturaleza humana era moldeable y que en un futuro las necesidades reales serían las únicas importantes. Tal vez sí, reconocí, pero no si te obligan a hacerlo, i.e., prescindir de lo prescindible por decreto. Y, cabe preguntarnos, ¿qué es realmente lo im-prescindible? Depende el momento ¿no? Desde un individuo hasta la humanidad por completo. Si prescindimos de lo que no es imprescindible qué bien, pero no hay manera de forzar que aquello ocurra necesariamente y, menos aún, como lo concebimos inicialmente. Mi hermano era la cumbre paradigmática del movimiento comunista y, debo reconocerlo, en eso nos parecemos. Porque yo también me siento en la cumbre filosófica de… Bueno, aún no lo sé, pero así lo siento.

La última vez que hablé con él fue por teléfono:

—De aquí en adelante —me dijo— seremos antagonistas.

—No necesariamente.

—Vivimos mundos diferentes.

—Sólo son diferencias filosóficas.

—Diferencias de vida, de decisión, de acciones.

—Pero no te vayas… —le digo con voz entrecortada—. No me dejes otra vez, por favor no te vayas…

—Eres lo que sientes y sientes lo que vives, eres lo que luchas y le das sentido al significado de tu muerte. Nuestras diferencias son puntos de vista sobre la vida misma, cada quien en su personal trinchera seguirá sus propias guerras y… Hay que aceptarlo, ahora somos diferentes: yo me voy a transformar el mundo y tú te quedarás a interpretarlo.

—¡Estás equivocado! —le digo y, sin responder nada, me cuelga—. ¿Hermano? ¡Hermano!

Adiós.

—¡El sistema marxista —sigo gritando al auricular— sólo funciona si hay un desinterés individual y el único interés es el colectivo! ¡¡Hermano!!

Sin embargo, para que esto sea el caso tendría que dejar de existir el egoísmo.

¿Recuerdas?

 

22.2    —¡No hay dos mundos! —me sigue gritando Nietzsche hasta el cansancio.

—¿Y dónde está la verdad? —nos pregunta Platón.

La pregunta es engañosa, su planteamiento asume un lugar, un dónde. ¿En cuál de los dos mundos? No es el ideal, pero también es un error responderle a Platón en sus propios términos, pues aún afirmando que la verdad está en este mundo nos sometemos todavía al concepto de verdad que da sentido a los dos mundos ¿no es así?

—Sí, hay dos mundos —respondo— pero no según el platonismo, que en este mundo están las cosas blancas y en el mundo ideal está la blancura. Porque no son mundos sino métodos: las ciencias para las cosas blancas y la filosofía para la blancura. Ambas son actividades humanas, por lo que la dicotomía real-ideal reside sólo en el objeto de reflexión: el objeto de la inducción y el objeto de la deducción.

 

22.3    La auténtica poesía es siempre verdadera.

 

Continúa 23

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".