Actualmente, y desde hace algunas décadas, México ha presentado una serie de procesos migratorios que han sido atendidos de formas distintas dependiendo del lugar de procedencia de las personas que buscan instalarse dentro del territorio nacional, demostrando así el racismo que existe y que ha provocado una extensa violación de los derechos humanos de emigrantes de países como Haití, El Salvador o Venezuela, a quienes en su mayoría se les niega una calidad de vida mínimamente decente.
En contraparte, las personas provenientes de Estados Unidos (que en su mayoría llegaron a México a partir de la pandemia) son llamadas “nómadas digitales”, es decir, que trabajan a distancia en empresas trasnacionales y promueven la gentrificación. Su arribo a las colonias más llamativas de la Ciudad de México, como la Condesa, la Roma o la Juárez, ha hecho que las rentas se incrementen de manera exorbitante, pues al ganar en dólares pueden pagar tarifas más elevadas, desplazando a las familias que llevaban décadas viviendo ahí y obligándolas a buscar un hogar en otras zonas de la ciudad.
El racismo se torna evidente en el hecho de que muchos inversionistas con gran capital reciben con enorme gratitud a los estadounidenses, apropiándose de espacios públicos y convirtiéndolos en zonas que van eliminando paulatinamente la esencia cultural mexicana, lo cual para muchos habitantes de estratos altos es bien visto. Sin embargo, la situación cambia cuando se trata de arropar a los haitianos o centroamericanos, que son vistos como criminales y se les niega la oportunidad de obtener un trabajo, o bien, padecen condiciones laborales pésimas, salarios por debajo del mínimo y sin ningún derecho; para vivir se les envía a la periferia, en su mayoría a la alcaldía Tláhuac, donde la gente los ve como un problema del cual son parte por no tratar de incluirlos tanto laboral como culturalmente.
Es indispensable entender que si bien cualquier tipo de migración a nuestro país es impulsada por la búsqueda de mejores condiciones de vida, nos encontramos con casos de personas que buscan salir del horror que viven, por ejemplo en Haití, país dominado por las bandas criminales. Eso es del todo distinto si hablamos de los estadounidenses, que han aprovechado la oportunidad de obtener más por la misma cantidad de dólares que destinarían en bienes y servicios básicos en su país de origen.
La gentrificación que impulsan las personas que ganan en euros o en dólares ha llegado para quedarse; no obstante, el Estado debe regularla a través de límites en las rentas para que los mexicanos no sean desplazados. De igual manera, es necesario que el gobierno capte toda la derrama económica que generan los nómadas digitales para poder mejorar la infraestructura del país y crear programas sociales que permitan la inserción de los migrantes más desfavorecidos dentro de la sociedad, para evitar que recurran a la delincuencia o al narcotráfico y que puedan ser partícipes del crecimiento económico de México. Pues no hay que olvidar que la presencia de migrantes no sólo está presente en la Ciudad de México, también es evidente en estados como Nuevo León, Baja California, Chiapas e Hidalgo, que funge como el puente hacia la capital del país.
Por: Carlos Nander
Estudiante de la disciplina de las Relaciones Internacionales en búsqueda de los posibles efectos que pueden generar dentro de nuestro país. Amante del conocimiento, la historia y el cine.
