Adiós al escepticismo político, bienvenido el cambio verdadero

A 39 días para la elección resurgen dudas sobre el proceso, los candidatos y la gobernabilidad de este país. Dados los antecedentes y la sospecha que han prevalecido en los últimos comicios presidenciales, ¿qué controles está implementando el INE para evitar la opacidad y garantizar la limpieza de las elecciones?
Ante el escenario de una elección cerrada, ¿se anunciarán en tiempo y forma los datos del programa de resultados electorales preliminares? ¿Lorenzo Córdova, el presidente del INE, dejará de increpar a los actores políticos y se dedicará a conducir con equidad el proceso electoral? ¿Margarita Zavala asumirá una postura digna o seguirá simulando “autonomía”, o con cinismo se pronunciará abiertamente por respaldar el proyecto de José Antonio Meade? ¿Hemos superado, al fin, el estancamiento democrático y seremos testigos del reconocimiento pacífico de los resultados por parte de todos los contendientes? ¿De qué tamaño será la abstención y ésta será la elección más participativa de la historia? ¿Luego de la reyerta electoral, el nuevo gobierno tendrá la sensibilidad de reconstruir el tejido social y hacer un llamado honesto por la reconciliación?
La sociedad reclama respuestas a estas interrogantes, mientras los políticos y partidos parecen más preocupados por mantener sus cuotas de poder que por rendir cuentas y mostrar una cuota de dignidad ante el electorado. Esta es una elección histórica, aunque suene a demagogia, y lo es porque nunca antes habíamos estado en ese punto de inflexión en el que la sociedad ha llegado al hartazgo, a la desolación y quiere creer que por fin se dará un viraje en nuestro rumbo de nación.
En 2000, con la elección que llevó al poder a Vicente Fox, la emoción y la bien construída promesa del “cambio” provocaron una ruptura simbólica con el régimen; sin embargo, en la realidad fue sólo un reacomodo de la clase dirigente: simplemente cambió el partido gobernante mientras la estructura, la obediencia a los organismos internacionales, se mantuvo como en el clímax del salinismo.
Los mexicanos desconfiamos de todo, somos escépticos y hasta nihilistas respecto a depositar nuestra confianza en la transformación social; pese a ello, un ligero resurgimiento de esperanza parece invadir en estos tiempos electorales. El sistema de partidos lo sabe: la partidocracia que le ha fallado a la sociedad tiene sus horas contadas. Los arreglos y acuerdos de posiciones otrora irreconciliables entre partidos políticos le han colmado la paciencia al ciudadano común, al que sin consulta y con arreglos en lo oscurito le han impuesto candidatos y gobiernos de coalición que resultan ajenos a sus convicciones y principios ideológicos.
El pragmatismo parece ser el tenor de esta mezquina lucha por el poder, quiero pensar que para algunas fuerzas se justifica la acción con la máxima maquiavélica de “el fin justifica los medios”, y que una vez instalados en el poder como gobernantes dejarán la simulación y la frivolidad por responder de forma efectiva y con inteligencia los enormes rezagos de una sociedad dolida, lastimada y paulerizada por quienes también prometieron grandes transformaciones. Que esta vez no nos defrauden y reivindiquen los mejores valores de la política: la justicia social y la honestidad. Sólo eso reclamamos.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.