Amar sin cuidar

México es un país lleno de mujeres. Según datos de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica, 3.9 millones de esas mujeres son madres. Esta afirmación parece reduccionista, pero encierra una realidad mucho más compleja y diversa de lo que creemos. Ser mujer en México es una lucha, pero ser madre en este país es un reto mayúsculo lleno de violencias y desigualdades. 

Por definición biológica, una madre es “un individuo del sexo femenino que ha tenido descendencia directa”, pero de una forma simbólica es la mujer encargada de la crianza y el cuidado de esa descendencia.  Durante décadas se ha pensado que ser madre no tiene ningún valor para el sistema económico y que las mujeres que se dedican a cuidar a sus hijos, esposos, padres, abuelos, nietos y sobrinos lo hacen por instinto y amor. 

Pero la realidad es que en esta dinámica de los cuidados hay muchas cuestiones de poder que oprimen y violentan a las mujeres. Ninguna mujer pasa toda la vida lavando los trastes y planchando la ropa por amor, ninguna mujer resiste heroicamente a un salario precario y a los golpes de su pareja por amor. Ninguna mujer tiene, a los 11 años, al hijo del tío que la violó, por amor. Ninguna mujer, por amor, sale a buscar los restos de su hija en un basurero cercano a su casa.  

Las mujeres resisten a estas violencias sistémicas y culturales porque las posibilidades de que las cosas sean diferentes en este país son pocas. Pero somos una cultura que hoy se engrandece felicitando a las madres en “su día”.  Amar y celebrar a las madres es respetarlas en su integridad como mujeres, en sus derechos como ciudadanas, en las libertades sobre sus cuerpos, en el derecho absoluto de amar sin cuidar, sin que se les vaya la vida en ello, sin que sean las esclavas de un país misógino y enojado con las mujeres.  

 


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