¿Cómo decir que se acabó?

Héctor llegó muy temprano a la hacienda familiar, había dudado  de asistir a la reunión, sentía pesadez de imaginarse relatando los últimos eventos de su vida, la indecisión que lo había acompañado durante los últimos meses.

Se llenó de valor para afrontar la situación: entró solo a casa saludando a los invitados, justificando la ausencia de los niños por vacaciones con su madre. Su semblante era distinto, su personalidad alegre y jovial desaparecía por momentos.

Planeó cuidadosamente dar a su madre las malas noticias al final de la noche, casi en secreto, no sabía cómo explicarle lo deprimente y cruel que puede resultar un matrimonio, ni justificar su deseo de felicidad pese a las opiniones de las buenas conciencias creadoras de un estricto reglamento sobre premisas y circunstancias adecuadas para vivir.

Sentado en la mesa escuchaba a la concurrencia hablar, pensando: “Tú sabrías…”. El cuadro al fondo mostraba a un hombre fuerte, el pilar de la familia; el recuerdo de su cumpleaños era el motivo de la velada, su muerte hace años parecía no ser impedimento para festejar al patriarca.

Una de las comensales comenzó a interrogarlo por su silencio y la ausencia de su familia, él con un poco de vino en la sangre terminó espetando: “Nos separamos en malos términos”. Se hizo un silencio sepulcral, quebrado por la impertinente pregunta “¿Qué le hiciste, Héctor?”.

Cansado, se alejó de la mesa a fumar sin explicaciones, no entendía por qué no había podido explicar los años terribles junto a ella, no quería relatar indiscreciones sobre la madre de sus hijos.

“Héctor: tu padre estaría muy orgulloso de ti, habría apoyado esta decisión”. Era su madre acompañándolo lejos del bullicio. “Eres un buen padre y un buen hombre, tienes la bendición de un nuevo comienzo. Afrontaremos esto, no es el primer lío en esta familia, ni en otras. Pero por favor quita esa cara que me arruinas la cena”.

Entre risas, caminaron juntos a la mesa.

Por: Martha Sáenz

Opiniones y cuentos de lo que veo.






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