El odio contra Rosario

El pasado alcanzó a Rosario Robles. Después de tres lustros de salir por la puerta de atrás de la izquierda mexicana, la primera jefa de Gobierno de la Ciudad de México fue objeto de humillaciones y odio por parte de legisladores que alguna vez la reconocieron como el rostro político del feminismo, la justicia y los derechos sociales.

Luego de refugiarse en la consultoría y el trabajo en organizaciones gubernamentales, se unió a las filas de la administración al ser rescatada por Enrique Peña Nieto, primero en calidad de gobernador mexiquense, y cuando llegó a la Presidencia reconoció en Rosario cualidades, trayectoria y conocimientos para encabezar la política social del primer gobierno priísta del siglo XXI.

Tras el nombramiento y ratificación en el Congreso, en 2012, Robles demostró que podía levantarse de cualquier adversidad. Con el propósito de corresponder a la invitación para incorporarse al gabinete sin ser de origen priísta, recibió el respaldo del PRI, del presidente y de todos los secretarios para apuntalar un ejercicio exitoso en una dependencia cuya principal tarea es el combate a la pobreza.

Con los contactos y relaciones construidas por muchos años en la vida política, operó con la metodología y lógica del perredismo que ella fundó. Conocedora de las redes y trabajo clientelar cuando dirigió los destinos del sol azteca, impulsó desde la Sedesol una política pseudoasistencialista que buscaría, en el corto plazo, recuperar para su nuevo jefe y partido (aunque nunca se inscribió formalmente al PRI) la presencia que alguna vez alcanzó esta dependencia cuando la antes Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (SEDUE) se transformó en Secretaría de Desarrollo Social para impulsar el programa salinista de Solidaridad, y de paso promover al delfín del presidente: Luis Donaldo Colosio.

Rosario, experta en relaciones públicas internacionales, legitimó un programa que en el papel serviría para garantizar el legado del gobierno de Peña Nieto: Cruzada Nacional SIN HAMBRE, y se valió del poderoso liderazgo de Ignacio Lula Da Silva para arrancarlo. El expresidente de Brasil, en abril de 2013, con el traje tradicional tzotzil, dio el banderazo de salida a un programa que se había adaptado del modelo brasileño, pero que en la práctica no resultaría del todo eficaz en todo el país. Luego de la foto histórica en los Altos de Chiapas con Peña Nieto y Lula, Rosario tuvo que hacer ajustes a la operación del programa. En estados y municipios adversos al PRI lo consideraron la resucitación de las viejas prácticas clientelares de la compra del voto por una torta; en la Ciudad de México, por ejemplo, el rencor por Robles provocó que delegaciones como Iztapalapa o Gustavo A. Madero rechazaran abiertamente los apoyos alimentarios bajo el argumento de que la ciudad gozaba de programas de apoyo alimentarios a los ofrecidos por la Sedesol.

Así avanzaron las críticas y cuestionamientos por haber colocado a una funcionaria que, en teoría, parecía la idónea para el cargo, pero en la práctica arrastraba la impopularidad y la falta de sensibilidad para encabezar la política social.

El presidente Enrique Peña Nieto, quien siempre ha considerado a Rosario un baluarte del equipo original, le dispensa una sincera amistad, al grado de brindarle una segunda oportunidad, ahora en una dependencia que supuestamente le daba me0nor exposición: la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano de México (SEDATU). Coordinar las tareas metropolitanas en el sistema urbano nacional, atender procesos de expansión y planificación eran las tareas técnicas en las que la protagónica Rosario podría descansar de la prensa y sus francotiradores. Sin embargo, la agenda cómoda que parecía atender se complicó cuando llegaron los sismos de 2017, luego la investigación de “Animal político” llamada la “Estafa maestra”.

De nuevo el nombre de la dirigente del STUNAM y defensora de los derechos de las mujeres resonaba en la prensa, ahora con mayor estridencia, con mayor dureza, como si aquella escena vergonzosa cuando la misoginia del perredismo la expulsó continuara para aniquilarla para siempre. Sorteó con cinismo y altivez los reportajes y señalamientos que la colocaban como la responsable de triangular recursos de la dependencia a través de universidades para financiar asuntos de índole político, seguramente para campañas electorales del PRI.

Pero esta semana realizó la que seguramente será su última aparición protagónica ante una tribuna parlamentaria. Defendió con los argumentos legaloides su negligencia en este espinoso asunto, se victimizó como parte de una conjura que llamó “violencia política de género”, reclamó a diputados el maltrato a su persona, sólo por “ser mujer”. Con cinismo aclaró que los recursos en debate se movieron a través de universidades “porque son autónomas” (sic).

Gerardo Fernández Noroña, antiguo correligionario de Rosario, aprovechó la oportunidad para revivir la vida privada de la titular de la SEDATU, la expulsión del partido y la conspiración en la que se vio envuelta por su relación con Carlos Ahumada Kurtz en aquella conflagración instrumentada desde Los Pinos para sacar a Andrés Manuel López Obrador de la contienda presidencial. La rabia del diputado del PT insistía en repasar la trayectoria de Rosario Robles por haber atentado contra “los derechos del compañero Andrés Manuel”, se ensañó con esa retórica de asamblea partidista que caracteriza al polémico sociólogo de la UAM. La (re)aparición en el pleno de la cámara baja de Rosario Robles desató odio explícito de los otrora compañeros de militancia; se trató, sin duda, de un pleito de familia (experredista), los sobrevivientes del fraude de 2006 que nunca perdonaron la inocencia de Robles de enamorarse del empresario que tanto daño la imagen del PRD, de AMLO y resultó ser un factor que provocó la derrota en la campaña electoral.

Nadie le reconoció la lucha librada en el Frente Democrático Nacional en aquel lejano 1988; la vanguardista política social implementada en el primer gobierno democrático de la Ciudad de México ni la iniciativa legislativa que se recuerda como “Ley Robles” por el ímpetu y valentía demostrada por la jefa de Gobierno de la Ciudad, que apoyada por organizaciones pro derechos de la mujer, como la antropóloga Martha Lamas, luchaban por ganar el derecho a la mujer de decidir la suspensión del embarazo. Todo quedó enterrado en los anales del registro historiográfico en una narrativa donde la antigua dirigente del PRD aparecerá como la gran villana.

Los antiguos perredistas, ahora en otros partidos, hicieron recuerdo de la purga y del desprecio que no pueden superar contra una militante que defendió este sexenio el proyecto del gobierno de Enrique Peña Nieto. El reproche actual tiene un sabor menos ácido que el de 2004. El mensaje quedó muy claro: ni perdón ni olvido para Rosario, la república amorosa no aplica para Rosario.

Resultó más fácil perdonar y hasta premiar con esa bondad pejista a personajes que tiempo atrás llamaron enemigos de la democracia: Manuel Bartlett, Gabriela Cuevas, Germán Martínez Cázares…a Rosario jamás se le perdonarán sus pecados mortales.

Rosario acumula un dolor y frustración directamente proporcional al que le profesan la izquierda en el poder, en una oportunidad histórica le faltó humildad y estatura para reconocer la negligencia de permitir la “estafa maestra”. Nadie la acusa de corrupta, de haberse enriquecido a costa de los recursos públicos, tampoco de operar en la ilegalidad. Bastaría más, los funcionarios son astutos y sabían cómo darle la vuelta a la ley. Se trataba de reconciliarse consigo mismo, de ofrecer un mea culpa por permitir este desfalco a la nación en aras del partido político del presidente; era el mejor escenario de redimirse ante los suyos de aquel pasado que la atormenta con un gesto de honestidad. En cambio en su actitud, desafiante y arrogante, justificó, lo injustificable. Terminó aplastando su legado.

A Rosario le importó poco la congruencia, la historia de esa ideología que hoy, como ella soñó, llegó al poder. Ella quedó expulsada del paraíso, y puso lo que le quedaba de prestigio y reputación en manos del partido que en su juventud, irónicamente, insistía en destruir. Le llegaron al precio o reconocieron sus virtudes como hábil en la política, nunca lo sabremos, lo que sí podemos apostar es que en la soledad y vacío que le producirá el amanecer del 1 de julio, sentirá que su contribución a la historia pudo haber sido otra. Sin credibilidad, frustrada y sin poder, a Rosario sólo le queda el exilio, o en el eufemismo mexicano: retirarse a la vida privada.

Qué lástima, más que otros, Rosario había surgido de las entrañas de la izquierda pura y las malas decisiones y actitudes terminarán colocándola en esa oscura lista de los gobiernos más mediocres de la historia.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.