La comprensión ontológica 19

—Dios no tiene derecha ni izquierda —repetía Spinoza mientras se recuperaba de la sobredosis en su pequeño estudio en Jodenbuurt.

—Tranquilo, amigo —yo respondía.

—Ni se mueve ni está parado —sigue diciéndome como si nunca me lo hubiese dicho—, ni se halla en un lugar sino que…

Y se queda callado aguardando la respiración por unos momentos.

—¿Estás bien? —le pregunto, me mira fijamente y vuelve a recuperar el aire.

—Es absolutamente infinito y contiene en sí todas las perfecciones.

—Entonces… —digo tras una pausa en que emite un brillo de luz en su cara—. También contendría todas las contradicciones ¿no es así?

Cierra los ojos, escuchamos a lo lejos el sonido típico de una ambulancia acercándose y, momentos después, alejándose… Abre los ojos diciendo:

—Así es.

 

19.1        La tercera sesión del taller de filosofía fue terrible para mí, no había leído ninguno de los textos para su discusión y, con razón o sin razón, estaba distraído todo el tiempo. No lograba concentrarme en cosas formales.

—¿Serner? —escucho que me llaman desde otra dimensión, empero, logro regresar a tiempo.

—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasó?

—Es tu turno.

Miro a todos alrededor de un conjunto de mesas que forman una gran mesa con un hueco adentro, mirándome, esperando que dijera algo sobre algo que no tenía la menor idea de lo que se había planteado. Me siento como drogado.

—Pues… Por el momento no tengo ninguna observación crítica al respecto.

—¿De qué hablas? Te pregunté si vas a querer pizza.

—¡Ah! Este… No, no, no. Ya me tengo que ir. Ya terminamos aquí ¿verdad?

Ja.

—Okey… —digo levantándome—, pues… —tomo mi mochila—. ¡Nos vemos el viernes!

Sin embargo, antes de salir escucho que Máxima me advierte:

—No olvides tu texto revisado.

En la madre.

No olvides tu texto revisado.

Tu texto.

          Revisado.  

 

19.2     Juliana tiene el cabello castaño, ojos color miel y un cuello muy bonito. Su espalda es blanca, su nariz germana y su boca lindamente rosada. Y, sobre todo, su sonrisa cuando reflexiona… ¿La extrañas?, me preguntaría mi hermano.

La esperaba en Leidseplein mirando las nubes figuradas simbólicamente por mi mente, miré la pluralidad cultural a mi alrededor y, como aún faltaban diez minutos para que ella saliera del Stadsschouwburg, fui a observar a dos músicos de jazz afuera del famoso coffeeshop Bulldog Palace.

¿Me dará tiempo para un Joint? Mejor un brownie de hachís. Dos, uno para ella. Compramos dos cafés en la crepería de una pequeña esquina camino a Vondelpaark, donde explotaron los chocolates cósmicos.

—¿Quieres ir a bailar?

El criterio de demarcación entre lo simple y lo complejo es algo muy complejo de explicar desde el punto de vista heideggeriano cuando, desde mi perspectiva, es algo muy simple de clarificar ¿no crees?, le digo sonriendo. Es una cuestión onto-lógica, un objeto complejo está formado por objetos simples, los cuales estarían formados también por otros objetos aún más simples hasta llegar a uno que sea indivisible. No es algo esencial pero tampoco esencialmente arbitrario. Por ejemplo, ¿la sal es un objeto simple o complejo? Depende de lo que quieras hacer con ésta, i.e., el propósito de la operación en que la sal interviene. Lo mismo sucede con exacto-inexacto, duro-blando, correcto-incorrecto, etcétera. ¿También “verdad-falsedad”? Depende del concepto de verdad en cuestión.

Su sonrisa es verdadera.

El estruendo de la música ascendió de repente en la explanada rodeada de agua y una rítmica pulsación de incontrolables brincos me puso a bailar de manera involuntaria a mi explicación pura-mente racional.

Su hermosa sonrisa.

La gente, las personas y sus cabezas moviéndose increíblemente bajos las miles de luces extremadamente brillantes y, sin dejar de moverme, re-aparece como un incontrolable rayo la pregunta sobre si las partes implican el todo o si es el todo el que implica las partes. La realidad cambia según la anterior respuesta ¿no?, le digo emocionado. ¿Las partes constituyen el desmadre o es el desmadre mismo el que configura las partes? Mi ejemplo comienza a clarificarse cuando observo que algunos, no obstante participan en la fiesta, atienden asuntos más allá del propio festejo. Los que bailan se apartan un momento y otros que estaban apartados se ponen a bailar. ¿Cómo sabemos que una fiesta se acaba? Hay criterios muy concretos, aunque la línea de demarcación es muy delgada.

Su hermosa sonrisa cuando habla de filosofía.

La fiesta es como un sistema, le digo. ¿No tienes otro ejemplo?, me pregunta riendo. Todas las partes operan de un mismo modo, entre muchos otros, para que el fenómeno pueda ser denominado ‘fiesta’ con sentido. Pero, ¿es tan sólo la suma de sujetos enfiestados? Es más como el conjunto de intersecciones entre éstos ¿no? Una fiesta es como un rompecabezas en el que no todas las piezas embonan con otras, pero todas embonan en aquello que configura el fenómeno. Lo mismo sucede con las familias: no todos embonan con todos. ¿Conoces el concepto wittgensteiniano de “semejanzas de familia”? No creo que puede ejemplificarse con el rompecabezas. Tal vez no, pero me dejó pensando. ¿El rol de un sujeto u objeto en un sistema está dado de antemano al evento o es el evento el que lo caracteriza? Depende del criterio. Primero tenemos que acotar: ningún criterio funciona para ambos. Segundo: tienes que definir el sistema. ¿Cuál es el propósito general de una fiesta? Supuestamente divertirse, aunque puede haber muchos otros. ¿Y si nadie se divierte no hay fiesta? No necesariamente, ya que podemos usar la expresión “La fiesta no estuvo divertida para nadie” con sentido sobre un evento que, a pesar de no ser divertido, le seguimos llamando ‘fiesta’ sin ningún problema.

—O quizá no estuvo divertida solamente para quien lo expresa.

—Como la vida misma.

—¿Tienes hambre?

—Tengo sed.

 

19.3     Nos metimos a uno de los bares en Leidsedwarsstraat, nos sentamos en las mesas del exterior y, para comenzar, pedimos una jarra de cerveza y una orden de patatas. En el interior había gente enfiestada miranda el futbol inglés en pantallas planas, a nuestro lado un grupo de chicas bailaba y, hasta el fondo del lugar, un grupo de estadounidenses bebían en una escandalosa competencia.

Apenas re-tomábamos nuestro análisis ontológico cuando, tomándome por entera sorpresa, un corpulento sujeto medio pelirrojo apareció de la nada gritándome desde el otro extremo de la pequeña calle peatonal.

Hey!

—¿Es a mí? —le pregunto a Juliana.

Hey, you! —el tipo insiste mientras se aproxima a nosotros.

—Creo que es a ti.

Hey! —dice llegando bruscamente a nuestra mesa.

Can I help you? —le pregunto molesto.

—Tú estudiaste en Humboldt ¿verdad? —me pregunta y, sólo al escuchar “Humboldt”, se me enchina la piel—. Tú fuiste el que se perdió en la nieve ¿no?

—No lo creo —murmuro poniéndome en nervioso aumento.

—Sí, sí —dice tras volver a mirar mi rostro—. Tiene más de veinte años pero por supuesto que eres tú. ¿No me recuerdas?

—No.

—¡Soy Arthur Weatherford!

—No te recuerdo.

—¡Del equipo azul!

—Disculpa pero no.

—No tienes nada qué preocuparte —dice luego de una pausa en la que parece entender mi discreción—, no voy a decirle a nadie que te vi.

—No sé de qué hablas, en serio. Ahora, ¿puedes dejarnos en paz?

Un silencio lingüístico acompañado de múltiples simbolismos, colores y escenas de aquella época mientras el sujeto me mira fijamente para disipar finalmente todas sus dudas hasta que, como prueba contundente, nota lo que queda de mi cicatriz en el cuello.

¡Eres Serner! —exclama tras brillarle su mirada en el recuerdo que reclamaba.

—Por favor vámonos —le digo a Juliana poniéndome de pie, tomo su mano y, rogándole con mi rostro, salimos del lugar sin mirar a atrás.

No obstante, seguimos escuchando su escándalo a nuestras espaldas:

—¡Tú fuiste el que incendió la escuela! ¡Sí, tú fuiste el que se perdió en la nieve! ¡¡Tú fuiste el que destruyó el castillo!!

Caminamos en un comprensivo silencio por parte de ella, nos alejamos de todo tipo de estruendo festivo y, mágicamente, nos adentramos involuntariamente en un pequeño, pintoresco y solitario parque. Nos sentamos en una banca y nos quedamos mirando la luna durante un buen rato sin decir nada, ni una sola palabra, sólo observando lo infinito del espacio y su voz sideral.

 

Continúa 20

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".