La comprensión ontológica 24

¿Acaso estamos enfermos? Tan sólo hemos preguntado por la verdad, aquella que nos ofrece todas las explicaciones, incluyendo tu terapia.

 

24.1    Mis primeros debates con las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein fueron un sueño histórico en los jardines del Centro Cultural Universitario, un diálogo trascendental en la Biblioteca Central y, al final de cada jornada en el estudio de mi casa, una reflexión increíblemente liberadora. Tenía razón el cabrón en sus observaciones sobre el funcionamiento del lenguaje pero, no obstante lo revolucionario de su pensamiento, nuestro primer contacto comunicativo se dio a través de un fuerte contexto de discusión.

—Cuando los filósofos usan una palabra —me dice leyendo su parágrafo 116— como ‘conocimiento’, ‘ser’, ‘objeto’, ‘yo’, ‘proposición’, ‘nombre’ y tratan de captar la esencia de la cosa, siempre se ha de preguntar: ¿Se usa efectivamente esta palabra de este modo en el lenguaje que tiene su tierra natal? Nosotros reconducimos las palabras de su empleo metafísico a su empleo cotidiano.

—Dices que ustedes reconducen las palabras de su empleo metafísico a su empleo cotidiano —le replico—, sin embargo, ¿acaso el empleo metafísico no es un empleo cotidiano? ¡Es un juego de lenguaje! Y en dicho juego no nos interesan los usos “cotidianos” de un signo sino su significado y, partiendo de la propia lógica-metafísica, el significado filosófico de ‘significado’ es el ser. Es decir, no estamos preguntando por el significado de ‘φ’ sino por φ en cuanto tal, es decir, φ qua φ.

Wittgenstein queda pensativo, instantes después cierra los ojos y, tras una breve pausa, se pone de pie diciéndome:

—Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos “juegos”. ¿Qué hay común a todos ellos?

—El nombre.

—¿Y qué tienen en común todos esos fenómenos con el mismo nombre?

—Pues… No sé, pero algo deben de tener en común o no tendrían el mismo nombre.

—¡Pero mira si hay algo común a todos ellos!

—Son todos entretenidos.

—¡Compara el ajedrez con la rayuela!

—Siempre hay un ganador y un perdedor.

—Piensa en el solitario.

—Son todos inocuos.

—¿Y la ruleta rusa?

—¿Y por qué todos se llaman ‘juegos’?

—Porque si los miras no verás por cierto algo que sea común a todos sino que verás semejanzas, parentescos y, por cierto, toda una serie de ellos. ¡No pienses sino mira!

—Estoy mirando, empero, ¿también quieres que mire lo que tú piensas? Recuerda que la palabra ‘semejanza’ compone también una familia.

—No hay una esencia del lenguaje o de la proposición o del pensamiento.

—En eso estoy de acuerdo.

—Una figura nos tuvo cautivos —me dice con cierta melancolía.

—Como ahora su negación ¿no?

—¡No! —aclara molesto—. Es diferente. Antes no podíamos salir de dicha idea, porque la figura reside en nuestro lenguaje y éste parece repetírnosla inexorablemente.

—Sólo te cambiaste los anteojos, Ludwig.

—¿De qué hablas?

—Tu famosa representación perspicua es también un ideal.

—No, la filosofía no puede en modo alguno interferir con el uso efectivo del lenguaje; puede, a la postre, solamente describirlo.

—¿Por qué la filosofía “no puede” interferir con el uso efectivo del lenguaje?

—Porque lo malinterpreta.

—Los dichosos “calambres mentales” ¿no?

—En efecto.

—¿Y por qué dices que “sólo puede” describir el lenguaje? Lo filosófico es el propósito, ya que éste caracteriza la naturaleza de la descripción.

—La filosofía no puede fundamentar el lenguaje y, haga lo que haga, deja todo como está.

—¡No es cierto! Los usos del lenguaje son alterados por la filosofía, por ejemplo, la filosofía analítica cambió por tus descripciones.

Un gran silencio en el que no sabe si sentirse orgulloso o equivocado.

—¿Cuál es tu objetivo en filosofía? —me pregunta.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—Aún no. ¿Tú?

—Mostrarle a la mosca la salida de la botella cazamoscas.

—Entiendo tu metáfora —digo luego de una pausa—, sin embargo, la mosca tampoco puede salir de tu dogma.

—¡No es un dogma!

—¿Y por qué sigues proponiendo el silencio?

—¡Sólo el silencio filosófico!

—Curiosamente filosofando.

Otro gran silencio.

—El descubrimiento real —dice por último— es el que me hace capaz de dejar de filosofar cuando quiero.

—Estás equivocado: el descubrimiento real es que no puedes dejar de filosofar.

No en este juego.

 

Continúa 25

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".