La estética de pensar

Lejos del alcance de la mayoría está el privilegio de pensar para pensar, y ahora la belleza de la inteligencia es nada al lado del consumo.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.

Frente a este mundo ciego y de ciegos, donde el poder del Estado nos trata como párvulos dispuestos al cereal de la mañana, emerge el antídoto de la estupidez social: la estética de pensar.

Cuando digo que no puedo creer que la mayoría de los seres humanos se hayan vuelto estúpidos funcionales que deambulan con la andadera del teléfono móvil y las parafernalias de una red social, que es eso: la red que atrapó a la inteligencia y la redujo a la prisión del que es devorado en la mesa indolente que desde Facebook se enriquece en el metaverso de la idiotez, me percato de que me percato y admiro la estética del pensar que emerge de mi cerebro, aunque yo no lo quiera, porque me traiciona mi inteligencia que rechaza la estupidez con el blindaje del saber.

Pensar para pensar, pero pensar con la conciencia de someter a juicio la realidad que con esmero y agrado nos regaló el mercado y sus zares que cosificaron el pensamiento y lo enclaustraron con la complacencia de los idiotas que prefieren fornicar a amar, ver que entender, engullir que degustar.

Vivimos admirándonos de que existen guerras como la de Ucrania, mientras quienes las provocan se admiran de nuestra idiotez para aceptar esta realidad y naturalizar su dimensión. Así se termina la estética de pensar, se le aniquila, se le insulta y los que piensan y denuncian se convierten en sórdidos, amargados y proscritos, son encerrados en las cárceles, centros que desde su nacimiento niegan la inteligencia y valor de la vida humana, enclaustrando entre cuatro paredes no a los seres humanos, porque si pensáramos que los que refundimos en la cárcel son seres humanos, no lo haríamos.

El dilema del pensar y su estética es que la belleza ya no está en la inteligencia, sino en el consumo, pero jamás en el consumo del pensar y para pensar. Hemos encarcelado a libros en las librerías, pocos los liberan para pensar, los tenemos en la parafernalia de la estética de un estante en nuestra casa para hacer creer a los demás que leemos, que pensamos desde la lectura para ilustrar el camino de nuestra mente, pero ello suele ser la antiestética del pensar, porque jamás sacamos el libro de su cárcel y, lo que es peor, nosotros nos encarcelamos en la estupidez de nuestra ignorancia mundana, que prefiere la estética de un cosmético, un automóvil o una casa, antes de hacer del pensamiento la estética de nuestro ser.

 

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