Tuve el gusto de escuchar en más de un auditorio a Marcelino Perelló; inteligente, agudo con la precisión de un reloj, contundente desde la conciencia y la cultura, y férreo defensor de ese infausto 1968 que enlutó a México.
Lo recuerdo desde la perspicacia y la suspicacia, desde la crónica certera de la realidad en donde el análisis y la crítica social no podían faltar; así era Marcelino Perelló.
Marcelino era admirado por la comunidad universitaria más allá de las fronteras y muros de la UNAM, sin duda consagraba una forma clara de pensar con un lenguaje sin cortapisas porque llamaba mamadas a las mamadas y pendejadas a las pendejadas, sin ánimo de ofender sino de situar en su justa dimensión lo que llamamos al pan, pan y al vino, vino.
Más allá del protagonismo que revistió Perelló en el Comité Estudiantil de 1968, su legado en la voz crítica de México quedará en la suma de esas conciencias que han querido hacer de la vida un espacio de comprensión y entendimiento social, condiciones que suelen estar ausentes en nuestra vida cotidiana.
Es evidente que, como todo intelectual, Marcelino Perelló no dejó satisfechos a todos, que en más de alguna ocasión fue criticado por posturas que oscilaban e irritaban al más pintado; se podía equivocar como nos equivocamos todos, pero era un hombre sin esos dobleces de mierda que irritan cuando cabrones pusilánimes no se la juegan por las causas por las que uno se la debe jugar.
Perelló seguirá siendo citado desde diferentes ángulos y dimensiones, pero algo nunca se olvidará de él: que tuvo los huevos y la inteligencia en ese 1968 para oponerse al crimen, el autoritarismo y la traición.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
