Las medias verdades de Enrique Peña Nieto

Inicia la cuenta regresiva del último trimestre del sexenio del presidente Enrique Peña Nieto. En menos de noventa días el mexiquense entregará la banda presidencial.

Los últimos días, a efecto de hacer cumplir la obligación constitucional de llevar un informe, los optimistas asesores de la dirección de Comunicación Social han elaborado un material menos solemne que el grueso documento que entregó físicamente y por escrito un emisario del régimen al presidente de la Cámara de Diputados. Se trata de simpáticas cápsulas en las que, amén de sintetizar “su verdad” sobre los asuntos que resultaron controvertidos, o en el lenguaje del presidente, “mal comunicados”, se realiza una apología de una gestión con datos, cifras e interpretaciones que resultan un pesado maquillaje a un rostro sexenal con acné y saturado de cacarizos.

En la narrativa presidencial, ni la actuación en el caso de los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos”, ni la operación en materia de seguridad pública en el país fueron grandes escollos en su gobierno, por el contrario: asume con estoicismo y orgullo una actitud serena para reconocer que se trabajó con ahínco y responsabilidad en estos asuntos delicados de una agenda política compleja.

En un monólogo que el primer mandatario difícilmente pudo escribir, sostiene en una surrealista explicación que todo esto fue un asunto mal comunicado, mismo que escaló a una “percepción equivocada”. Por lo anterior, nos hace pensar que el presidente de la República ha optado por el recurso de la negación de los errores y de exaltar al máximo lo que él supone son logros mal valorados por la opinión pública. Es la defensa desesperada por aprovechar el último momento que le confiere la agenda política nacional para fijar de forma unilateral el balance de la gestión y de paso defender su legado ante esa ciudadanía que en el libertinaje de las redes sociales lo ridiculizó y atacó como si fuera deporte nacional.

Así, con esa cuota de lastimado orgullo que insiste en vender en su último trimestre lo que hizo bien y no lo que dejó de hacer, el último presidente surgido de la renovación del priismo reivindica como su mayor logro la firma de las reformas estructurales que se alcanzaron en los primeros años de su gobierno. Primero sorprendió a propios y extraños conseguir, desde el segundo día de llegar a Los Pinos, el consenso mayoritario de las principales fuerzas políticas que apoyaron su programa de reformas en el acuerdo que llamaron pomposamente Pacto por México. En esa etapa de romance con la opinión pública, fue objeto de reconocimiento nacional e internacional cuando la negociación y unificación de acuerdos culminó en la firma de las reformas estructurales.

Enrique Peña Nieto hubiera deseado que ese arranque se mantuviera durante el resto de su administración; sin embargo, los nubarrones aparecieron y aquella luna de miel terminó. La promesa del renacimiento de gobiernos priistas era cumplir con los tres propósitos principales: elevar la productividad del país para impulsar el crecimiento económico, fortalecer y ampliar los derechos de los mexicanos y afianzar nuestro régimen democrático y de libertades.

La realidad: los niveles de productividad fueron mínimos, se generaron pocos logros en materia de derechos sociales y con la multiplicación de guardias comunitarias, incremento del crimen organizado y ultraje a los derechos humanos, el régimen democrático y de libertades se quedó a medias.

Los resultados del sexenio son magros y el balance, negativo; sin embargo, en la opinión de nuestro primer mandatario es sólo una mala percepción, una animadversión sin fundamento a los éxitos de su ejercicio. Con optimismo y reclamando que sea la historia y no sus detractores quienes juzguen su sexenio, Enrique Peña Nieto celebra con amigos el mediático y tramposo espectáculo de su VI Informe de Gobierno.

Los últimos aplausos y vítores que recibirá de sus cercanos se escucharán en esta ceremonia que se convirtió más en un culto a la personalidad que en un ejercicio de rendición de cuentas. Ojalá el nuevo gobierno enfrente con menos escenografía y aliados un rito que debería ser republicano y menos personalista. Así lo instauraron los del tricolor durante casi un siglo: el besamanos o día del presidente. Enrique Peña Nieto tiene esa nostalgia, así que esperemos que sea la última y para siempre.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.