¿Maximato pejista?

La influencia que ejerce Andrés Manuel López Obrador sobre los gobernantes y legisladores de su partido es tal que cuesta trabajo encontrar algún rasgo de autonomía e independencia que contradiga los designios de los morenistas con su incuestionable líder.

Hasta ahora  prevalece la obediencia y subordinación con el programa de Nación trazado por el presidente de la República. Es el efecto espejo de querer parecerse al tabasqueño en sus formas y estilo personal de gobernar. Así, insisten en evitar contradicciones con el jefe máximo de las huestes pejistas, se rinden a sus formas, ritos, lenguaje y promesas. Hasta el momento, y desde que el Congreso quedó instalado, lo mismo han sido diputados, senadores, gobernadores y ahora hasta la jefa de Gobierno quienes reproducen los actos de la agenda impuesta por Andrés Manuel López Obrador.

Es natural que la nueva clase política de izquierda acate al pie de la letra el mandato del líder, prácticamente todos obtuvieron el cargo por la inercia del efecto AMLO y no por su capital político  personal. En campaña buena parte de los candidatos de Morena y PT, principalmente, se subieron al templete a buscar el voto con el tutelaje y acompañamiento de Andrés Manuel López Obrador. Le deben la posición política en la que se encuentran, quizá por ello no se atreven o son incapaces  de operar desde una trinchera más libre.

Así las cosas, se presume (casi) imposible encontrar  equilibrio entre el poder del Ejecutivo con el Legislativo, discrepar desde el partido del presidente a los devotos políticos, a los que les parece insurrección opinar diferente al sagrado designio de Palacio Nacional. El escenario que se presagia no abona a la conformación de una cultura democrática, por el contrario, estamos frente a una edición moderna del (neo) maximato.

¿Por qué afirmamos lo anterior? Veamos. Desde el crítico Ricardo Monreal hasta la incondicional Claudia Scheinbaum, y así otros niveles inferiores del panorama político actual, todos los morenos con espacios de poder en el Congreso, gobierno federal y gobiernos locales están empeñados en no perder las influyentes posiciones de la nueva correlación de fuerzas. Quien hasta hace un año era cuestionada por la autorización de obras en Tlalpan obtuvo la Jefatura de la Ciudad de México; el zacatense enojado contra la democracia de Morena, recibió de premio de consolación la coordinación de la bancada morenista en el Senado. Martí Batres, que por su humildad prefirió morder la almohada que pronunciarse contra el proceso, a cambio recibió el trofeo de presidir el Senado, a pesar su inexperiencia legislativa y juventud.

En ese tenor hubo representantes que sin comprar boleto ganaron una curul. La estrategia de pedir todos los votos a ciegas a los representantes de Morena por parte de AMLO redituó en una cosecha tan grande que a varios la responsabilidad los ha rebasado, en cambio, han preferido sobrevivir simplemente sumándose a la lista de peticiones de la Presidencia.
Los riesgos de construir un neomaximato a partir de anular voluntades son el presagio de posturas autoritarias como aquella perla que nos regaló el súbdito senador Félix Salgado Macedonio: “El presidente de la República cuenta con las atribuciones de designar o nombrar y no va caer  en el chantaje de ningún gobernador fifí”. Si se multiplican las expresiones valentonas de los que se subieron al tren de Morena, la endeble democracia mexicana terminará más debilitada, nos quedaremos en esa región del limbo de eterna “transición a la democracia” que desde aquel lejano 2000 parece que no podemos superar.

Si bien en todo régimen que nace es importante mantener coherencia en cada uno de los órdenes, especialmente al momento de definir una línea de acción en política y administración, también es sano que dentro del mismo cuerpo gubernativo algunos actores, incluso del partido en el poder, establezcan contrapesos, autocrítica y reconocimiento del adversario en aras de enriquecer en la pluralidad un ambiente político más participativo e incluyente.

Andrés Manuel López Obrador es coherente con una ideología y discurso que desde hace doce años conocimos en la campaña, el efecto de su consistencia le permitió a él y a su partido conquistar el poder; sin embargo, no a todos les viene bien el disfraz de imitadores. La jefa no tiene pudor para mimetizarse en la figura presidencial: repite las frases, las acciones y hasta el estilo personal de gobernar con pronunciamientos que son una copia exacta de los anuncios del omnipotente López Obrador. Así, la respetable y fría Dra. Scheinbaum, sin mayor esfuerzo que delegando su proyecto político al líder, evita el desgaste de imponer un estilo propio, en esa comodidad. Será mejor ser coherente con la Cuarta Transformación y blindarse del escrutinio y los ataques de adversarios.

La oportunidad histórica de gobernar el país, la ciudad, de controlar el Congreso y varias gubernaturas se produjo en una circunstancia particular de un contexto irrepetible. En seis años no habrá otro AMLO que encabece la lucha, por ello la curva de aprendizaje debe permitirles a los gobernantes de la Cuarta Transformación operar sin el manto eterno del Jefe Máximo de las Fuerzas Pejistas.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.