No es bullying, señor presidente, es simplemente disentir

Los 34 mil millones de pesos de gasto en cuatro años en publicidad oficial han sido la peor inversión del gobierno federal.  No han servido de mucho, pues la imagen del actual gobierno es la menos popular en la historia y, paradójicamente, se ha gastado más en este rubro que cualquier otra administración.

Para nadie es un misterio que Enrique Peña Nieto no es un político de carrera, con blasones para haber alcanzado por méritos propios la Presidencia de la República. Uno de los factores que favoreció la candidatura del oriundo de Atlacomulco fue la implementación de una estrategia mercadológica que en segmentos de población bien detectados en los estudios de mercado entendieron que un país sin mucha memoria histórica, con una figura joven construida con la metodología interdisciplinaria de la imagen pública, se podría recuperar la Presidencia. Y así ocurrió.

Un ejército de asesores al servicio del PRI detectó el estímulo positivo de su agradable presencia física, el signo del copete y hasta el efecto que provocaban en las damas sus camisas de cuadritos resultaron benéficas en los análisis semiológicos para generar la impresión de que el mexiquense logró, en diferentes nichos de electores (los más ignorantes), la aprobación a un producto novedoso, fresco y juvenil diseñado ex profeso por el partido que entendió las necesidades de la coyuntura, que puso en un papel secundario el discurso revolucionario de los caudillos (Villa, Zapata, Ángeles, Carranza, Obregón, Calles o Cárdenas) y de intelectuales como Silva Herzog o  Reyes Heroles a costa de recuperar el poder al precio que fuera. Ese PRI surgido de un acuerdo de facciones y pequeños partidos y sectores obrero, campesino y empresarial, entendió los nuevos tiempos que exigían el lanzamiento de una propuesta distinta al estereotipo tricolor que en el 2000 un ranchero burdo hizo pedazos.

Una vez lograda la meta de llevar al abogado de la Universidad Panamericana a Los Pinos, los asesores y grupo político que lo respaldaba creyeron ilusamente que la fórmula “mucha forma y poco fondo” les permitiría alcanzar los niveles de popularidad que le generarían una legitimidad al encopetado para gobernar sin muchas complicaciones.

Sin embargo, todo cambió cuando arribó al poder:  repudio de los jóvenes, el desgaste y desaprobación al catolicismo confeso del primer mandatario, la incapacidad para defender un proyecto político, la falta de improvisación, la rigidez de sus argumentos políticos, su ignorancia, la mala pronunciación de “su inglés”…

Fue entonces cuando el presidente de la imagen pública quedó ridiculizado, pese a ello el gobierno federal insistió en sostener una política de comunicación saturada de optimismo y hasta retadora a los que opinaban distinto del régimen. “Lo bueno casi no cuenta, pero cuenta mucho” fue el lema del IV Informe de Gobierno que puso el dedo en la llaga: las acciones del gobierno no son valoradas, pero éstas son efectivas y deben de difundirse de manera directamente proporcional que la propaganda negra que los detractores del régimen hacen de los logros de la administración pública.

Así las cosas, el presidente expresa un día sí y otro también la amargura de un desgastante sexenio en el que su popularidad no rebasa el dígito mediante dramático reclamo a esa ciudadanía que demerita lo bueno y malo de su gestión, esa que sólo por respirar lo ridiculiza y edita memes recordándole con toda la mala leche que era fan de los ositos cariñositos, esa masa anónima refugiada en un alias de Facebook o Twitter que practica el deporte nacional de hacer responsable hasta de la mediocridad de la selección nacional al inquilino de Los Pinos. Así, en este contexto de permanente escarnio, él se sincera y en un esfuerzo desesperado por encontrar al menos un mínimo signo de aprobación arremete contra esos millones de detractores importando un término que proviene del mundo escolar de primaria: el bullying. El acto de acoso u hostigamiento escolar, señala el presidente, es lo que recibe el gobierno federal cuando se le ataca permanentemente en sus esfuerzos por lograr la seguridad nacional. Reconoce el incremento de la violencia, pero a esos críticos del gobierno parece que nunca se les va a tener contentos.

En síntesis, parece que al optimista y sensible señor presidente se le olvida la situación generalizada de los centros penitenciarios, los desaparecidos por el crimen organizado, la tasa de homicidios en 50 municipios que han asumido que el Estado ha fallado; también parece ignorar la expansión de los cárteles que siguen operando en diferentes regiones del país, sin soslayar los crímenes de odio en donde su estado, el de México, encabeza las cifras de feminicidios.

La audaz declaración del mandatario servirá para enardecer de nuevo a sus críticos, los cuales también se volvieron visibles a partir del fin del régimen que el partido que él representa parecía haber muerto en el 2000, sin embargo los dinosaurios tienen más vidas que un gato, y revivieron.

El libertinaje de la abundante sociedad que hoy se puede expresar, la que no reprime su opinión, creció exponencialmente, lo cual será el termómetro con el que todos los gobiernos en esta nueva arena política deben aprender a lidiar desde ahora.

Pretender el regreso el mutis social de los años del autoritarismo del partido único supone un regreso a la etapa más oscura del priísmo gobernante, de desaparecidos políticos, de historias oscuras del CISEN, de la dirección general  de seguridad, de la guerra sucia, de represión y de garrote al crítico.

Preferimos una sociedad desbocada que amordazada, sólo un estadista es capaz de entender esto, pero por desgracia este gobierno no lo entiende así, prefiere condenar a quienes discrepan.

Los líderes políticos, esos, los de gran estatura y capacidad para dirigir una gran nación, no surgen de estudios de mercado, mucho menos de fórmulas de manuales frívolos de imagen pública (que sólo Víctor Gordoa puede creer que esa literatura chatarra puede llamarse pomposamente “imagología”); emanan de las luchas sociales, de la sensibilidad por entender a los grupos sociales, de quienes trabajan con y por el pueblo, quizá por ello Enrique Peña Nieto prefiera atizar a quienes le señalan sus errores como simples abusadores, para castellanizar el anglicismo de buleadores.

No se trata de bullying contra los cuerpos de seguridad, la corrupción de las policías mexicanas y las historias de las víctimas en la que esos servidores públicos se pasan al lado de los criminales les ha ganado esos señalamientos. Y por cierto, señor Peña Nieto: no se trata de bullying, tan sólo exhibir la incompetencia de los guardianes del orden y la seguridad pública.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.