Nacer cuesta y morir también, en ambos extremos el precio y la mercancía vida y la mercancía muerte tienen una ferocidad y apetitos que nos hacen ver lo poca cosa en que nos ha convertido el mercado.
Les cuento el cuento de los ginecólogos y de la mensualidad del BMW: con un ginecólogo que habitualmente, salvo raras excepciones, es un zar de la natalidad, que te cobra hasta por respirar en su pinche consultorio, que pone cara de solemnidad y saca su computadora o el ordenador móvil para empezar la cuenta regresiva del dinero por traer a tu hijo al mundo, que por cierto no lo trae solo y hay que pagar al anestesiólogo, instrumentista, enfermeras y pediatra que lo reciben (si se me olvido algo o algo desconozco, perdonen mi ignorancia sobre el mercado de los nacimientos), ya no naces el día que la natura quiere, pues muchos programan el parto de acuerdo a sus necesidades, es decir, si requieren dinero para la mensualidad del BMW, de la colegiatura de sus hijos, o del club de golf, pos ya te chingaste: tu hijo nacerá un día antes de ello.
De la muerte la estela no es distinta. Muchas de las personas que lamentablemente han perdido algún familiar saben que las funerarias hacen nata y que usualmente tienen redes con hospitales y agencias legales que les informan, por lo que llegan en un momento de dolor ofreciendo el servicio fúnebre y planificando el paquete que se ajuste a tu presupuesto. La escena asemeja a los buitres esperando la carroña.
El mercado en manos de los menos se ha vuelto el gran proxeneta de la sociedad, es cruento y no tiene escrúpulos, por lo que la vida y la muerte son, en los hechos, caras de una misma moneda que se unen a otros rostros de prostitución de mercado como la educación, la salud, la seguridad, el cuidado de niños y ancianos, en fin, parce abarcarlo todo.
¿Qué nos pasó?, ¿en dónde perdimos el rumbo y nos convertimos en carniceros de la Humanidad?
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
