Plan-demia: el crimen de Estado

“Oculto” en los apetitos de mercado que sujeta al Estado subyace el trazo del plan-demia, que consiste en la naturalización de la muerte por covid-19, con la programación para que su normalización se asuma sin chistar y se reanuden las cadenas productivas que engordan los bolsillos de las élites, que desde sus refugios provistos de piscinas, gimnasios, boliches, billetes, canchas de tenis, bosques y lagos, sin dejar de mencionar sus playas, resisten las penurias y dramatismos del resto del mundo.

Se disfraza el peligro y la muerte desde la programación del Estado para reactivar la economía y salvaguardar las ganancias del capitalismo local e internacional, que no tiene amigos sino intereses, por lo que los sujetos sociales son cosificados y vistos como prescindibles, apéndices de máquinas y sectores subalternos al poder del Estado.

En esta tesitura, la plan-demia oculta un crimen de Estado, porque tanto las élites políticas como económicas que manejan las condiciones del Contrato Social y por ende, del entramado jurídico, ya han trazado la programación de las tareas productivas y han calculado tiempos y movimientos para reponer a la fuerza de trabajo y asegurar que el ejército industrial de reserva garantice la estabilidad de sus granjerías económicas.

Este crimen de Estado se ha fraguado ante la impotencia y carencia de probidad, gasto social a la salud y una planeación pertinente del sector de la salud pública, que en la mayor parte de los países de América Latina es paupérrima para los sectores que nutren el trabajo del campo y la ciudad, que en múltiples ocasiones tienen que pagar los medicamentos pese a cubrir el seguro de salud, y qué decir de disponer de un quirófano o una cama, eso es un lujo que se rifa para los pobres.

El sector de la salud pública también causa estragos en sus trabajadores, médicos, enfermeras y enfermeros, administradores, personal de limpieza y anexos que reciben salarios miserables, indignos, al grado que tienen que hacer milagros y encomendarse a Dios para atender a los pacientes que abarrotan las salas de espera. ¡Qué puta miseria!

Los trabajadores, no importa si son intelectuales de cuello blanco o de mano de obra fabril o campesina, son carne de cañón desde siempre en este sistema infame que nos tocó vivir a la mayoría de la población y que hoy nos sacrifica para preservar la riqueza de las minorías que multiplican sus formas de dominación.

Vivimos a merced de un Estado carnicero que nutre a la clase política y a las élites económicas que viven en la jauja, mientras el pueblo se caga de hambre; lo paradójico es que no se incrementa nuestra conciencia social, pese a que hemos vivido comiendo mierda y todo apunta, en esta macabra realidad, a que seguiremos comiendo mierda, mientras los buitres carroñeros de las finanzas internacionales devoran nuestras manos e intelecto ante nuestra muerte.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.