Como toda gran película, Roma, el octavo largometraje de Alfonso Cuarón, tiene diversas lecturas y en todas funciona perfectamente.
Conviene recordar que tras su debut en 1991 con Solo con tu pareja, el cineasta capitalino emigró a Hollywood, donde dirigió filmes como La princesita o El prisionero de Azkaban, hasta alcanzar su mayor popularidad en el 2013, tras conseguir el óscar por Gravedad.
Sin embargo, lo cierto es que nos debía una gran cinta mexicana, y esa es Roma, que fue muy criticada durante su filmación, por los problemas de tránsito que causó.
La acción transcurre a fines de 1970, en el seno de una familia de clase media que habita en la colonia Roma.
La indígena Cleo (Yalitzin Aparicio) trabaja como sirvienta en casa de Sofía (Marina de Tavira), quien vive con su esposo médico, su mamá y sus cinco hijos.
La pareja se encuentra al borde del divorcio, que coincide con el embarazo de Cleo, del aspirante a halcón Fermín, que se desentiende de ella.
“Al fin y al cabo, siempre estamos solas”, le confiesa Sofía a Cleo.
La recreación de época de Eugenio Caballero es espléndida, aprovechando para criticar las campañas priistas y la represión estudiantil de la época, además del racismo clasista, con una bella fotografía en blanco y negro del propio Cuarón.
Pero se trata además de un homenaje a la mujer, a esa que sale adelante por sus propios medios.
Aunque sería preferible verla en cine, ante la negativa de Cinépolis y Cinemex, los hidalguenses la pueden ver ya en la plataforma Netflix, aunque hay que advertir que no es para niños, y hacemos votos por que siga obteniendo premios como el que obtuvo en Venecia, pues conviene señalar que estará en la entrega de óscares.
Por: Jorge Carrasco V.
Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Periodista activo desde 1981 en diversos medios. Especialista en temas internacionales, deportes y espectáculos. Autor de biografías sobre Pedro Infante y Joaquín Pardavé de Editorial Tomo.
