Ser y Devenir 11

Regreso al psiquiátrico, la última imagen violenta me despierta súbitamente y al abrir los ojos, e intentar moverme, me encuentro atado de mis extremidades y recibiendo las habituales descargas eléctricas. Cada relámpago borra mis recuerdos con mi hermano, concibiéndose una historia a partir de su ausencia.

Una descarga y su sonido electrónico y chillante, otra descarga y otro sonido, descarga-descarga, sonido-sonido. Descarga, descarga, descarga. Sonido, sonido, sonido.

El jardín del hospital se mueve por el viento, las hojas secas vuelan desapercibidas y las copas de los árboles me recuerdan la granja de recuperación mental. ¿Qué fue lo que pasó? Cierro los ojos. La cabeza del gordo calvo rueda por el piso de madera y todos los niños salen corriendo de la barraca. Tomo la mano de la niña y también salimos.

En el exterior se encienden las luces de un par de torres y varios hombres armados persiguen a los niños, unos son derribados y sometidos en el suelo, otros se quedan petrificados en la primera amenaza de disparo. Nosotros nos escondemos debajo de la barraca, ella llora y yo le imploro el silencio. Todos los niños son aprehendidos, excepto uno que sigue corriendo hacia la oscuridad del bosque. Una escopeta de doble cañón lo detiene para siempre.

Los gritos, los llantos y lamentos van disminuyendo, los hombres sin rostro hacen el recuento. Las sombras en sus caras por la gorra o sombrero semejan siniestras máscaras, sus gritos siempre insultos y sus voces todo el tiempo amenazantes.

—¡Faltan dos! —dice uno.

Siento pánico, ella me mira con los ojos completamente mojados y un par de botas se aproximan. Respiro rápido, descontrolado, irregular.

—¿Ya revisaron abajo? —dice otro.

La luz de dos lámparas iluminan los cimientos, el lodo y la basura acumulada. Nosotros somos invisibles para ellos. Las botas se van, se alejan y desaparecen en la boca negra. Ella me mira y esperamos unos momentos en el más absoluto silencio, sólo viéndonos.

Tienes que huir, dice mi hermano. ¿Adónde? No puedes permanecer más tiempo aquí. Lo pienso, tengo miedo y no me atrevo. Levanto la vista y ya no está. Despierto y la niña me está mirando. Le tomo la mano y está temblando. No es el frío. Aspiro hondo, volteo buscando por dónde salir y nos encaminamos a la zona más estrecha.

Nadie a la vista, salgo yo primero y la ayudo manteniéndonos a ras del suelo. Nos arrastramos hasta la oscuridad por completo, nos ponemos de pie y nos echamos a correr.

 

Continúa 12

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".