Ser y Devenir 85

El impacto contra la parte trasera del motociclista de la policía federal fue brutalmente en seco, milimétricamente centrado y, por la dionisíaca naturaleza de mi inconsciente, sin meter ni un ápice del freno. Incluso creo que aceleré.

El peyote me había dado iluminación, comprensión ontológica y paz existencial, sin embargo, dos semanas después mi vida nuevamente se des-balanceaba psicológicamente y, luego de un profundo vacío en mi alma luego de la partida de Gerona, regresé a los cómodos antidepresivos, lúdicos alcaloides y dormilones ansiolíticos. No es buena idea mezclar clonazepam con alcohol, mucho menos si le añades marihuana y paroxetina.

Voy manejando a toda velocidad.

Una luz azul y una luz roja, ambas centelleando y aumentando rápidamente de tamaño mientras se dirigen a toda velocidad hacia mí… En cámara lenta parecen dos planetas desenfocados, acercándose pacientemente, enfocándose y desenfocándose… Hasta que la velocidad perceptiva regresa a su estado regular y me topo frente a frente con los ojos mixtos (azul y rojo) de un conocido demonio. Es cuando choco fuertemente contra el policía federal.

El motociclista casi cae de espaldas por la colisión, desconcertado voltea a verme y de inmediato enfurece cuando se percata de mi cínico intento de fuga. No tarda nada en alcanzarme, se me cierra directamente y, obligándome a orillar, golpea ferozmente mi ventanilla. Otro motociclista lo apoya, el cerco de mi dirección termina por cerrarse y, finalmente, me detienen por completo tras un lacerante roce del caucho de mis llantas con el cemento de la banqueta.

El pandemónium.

Aquí fue donde la conciencia apolínea re-tomó el control del ser aunque todavía bajo el yugo de las citadas alteraciones de mi percepción de la realidad. Me bajaron con violencia, me catearon con fuerza y, al someterme, golpearon mi cabeza. Una avalancha de gritos disfrazados de preguntas que no sabía por dónde comenzar, mientras pensaba en una ya me estaban gritando otras. ¿Quién eres? ¿Traes armas? ¿Por qué te diste a la fuga, hijo de la chingada? Entonces llegó una patrulla de la SSP de la ciudad de México y, sorprendentemente, extrañamente, los policías capitalinos me defendieron de los federales, mediando institucionalmente entre éstos y mi causa; además de que me permitieron esperar dentro de mi auto mientras ambos grupos deliberaban.

—¿Ya ves cómo sí eres un pendejo? —escucho a mi hermano detrás de mí.

Siento escalofríos, levanto la vista y miro por el espejo retrovisor.

No hay nadie, por supuesto.

—¿Cómo andas, güero? —me pregunta uno de los policías de la ciudad.

—Bien, bien… —respondo arrastrando la lengua—. Tengo seguro, aquí está la póliza… —y me pongo a buscar en la cajuelita. El policía ríe, se retira y, luego de unos minutos, vuelve con su compañero.

—¿Qué va a pasar conmigo? —les pregunto.

—Pues está cabrón, el federal dice que le pegaste a propósito.

—No, no, cómo crees que yo… —y me quedo pensando.

—Pues eso dice él —añade el otro.

¿Algo en mí ya no se puede contener? Desde la muerte de mi hermano he perdido el control en muchas situaciones, la memoria de muchos sucesos y decisiones, sobre todo decisiones. ¿Qué significa esta guerra que habita en mi ser y devenir? ¿Qué sentido tiene esta autodestrucción por la gloria filosófica? ¿Qué felicidad hay en esta sentencia del destino?

Los federales se fueron, me pasé al lugar del copiloto y uno de los policías capitalinos manejó mi auto hasta la agencia del ministerio público en avenida Toluca. ¿Cuáles serán los cargos? ¿De qué me van a acusar? ¿La denuncia será por daños, lesiones o intento de homicidio? Nos estacionamos en una calle ocupada por autos chocados y destartalados, me bajé y el policía me entregó mis llaves sobre-aclarando:

—Aquí están tus llaves ¿eh?

Caminamos al interior del inmueble y, mientras una burócrata terminaba de cenar, me dejaron sentado en una pequeña sala con las paredes despintadas. No había nadie, hacía mucho frío y yo era el único detenido. Nunca me había sentido tan solo.

¿Qué me va a pasar?

Mientras esperaba mi destino jurídico cerré los ojos pensando en ella, en su viaje y en mi poética espera. Recordé el momento exacto en que la conocí, cuando en viaducto Tlalpan se detuvo para ayudarme a cambiar mi llanta ponchada; recordé su valiente acto libertario contra los machistas que la insultaron y, sobre todo, su divina euforia para incluirme en su vida invitándome a la fiesta.

Esa fiesta lo cambió todo.

 

Continúa 86

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".