La semana pasada Donald Trump, en esos arranques de protagonismo y megalomanía que todos conocemos, dijo que la célebre revista Time lo había proclamado “Persona del año”, cosa que, a su decir, él rechazó. Por su parte, Time se encargó de decir lo contrario: que ni por asomo de dudas podría nominar a persona del año a Trump.
Lo más cagado del caso es que Donald Trump desea ser visto no como la persona del año, porque para eso no califica por lo animal que es, sino como el “Hombre del año”, cuestión para la que tampoco califica, pero que para sus entrañas de macho racista es lo que debe permear.
Ahora bien, estoy seguro que a Trump le gustaría ganar nominaciones como:
- El Blanquito del año: el caucásico ejemplar, rubio y cristalino.
- El Macho del año: viril como mástil de barco y dispuesto a encamar a todas.
- El Nacionalista del año: con los calzoncillos al estilo de las barras y las estrellas y unas muy buenas botas texanas con el slogan “El General Lee vive”.
- El Xenofóbico del año: del río Bravo para abajo todos son indios y cruzando el Atlántico están nuestros admiradores, sin pasar por Medio Oriente y África, donde están nuestros perros.
- El Fascista del año: acabaré con todas las razas inferiores e impondré al Tío Sam como espíritu de grandeza.
Podría hablar de múltiples nominaciones que desea Trump, pero creo que todos ustedes ya las intuyen.
La megalomanía de este animal neoyorkino es la radiografía de su estilo de ejercer y conducir no sólo la política sino su vida, es un torpe que del abuso ha hecho un instrumento de dominación y tortura social.
Esperemos que, así como Time tiene cordura y no teme enfrentarse a Trump, tampoco lo haga el pueblo norteamericano y mucho menos el mundo, ya que es tanta la mierda que profiere con sus actos que ya nos ha enmierdado a todos y es tiempo de limpiar el planeta con paz, fraternidad y respeto a la diversidad humana.
Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
