Un domingo con Andrés Manuel López Obrador

Se veía más alegre que en 2006. Era el optimismo reflejado en un rostro que en dos sexenios de campaña había superado distintas adversidades: la muerte de su esposa, el fraude electoral de 2006 y un infarto que casi lo aleja de la vida pública.

Esta parecía la tercera, finalmente la vencida. Disfrutaba cada evento, sin signos de cansancio y con una sonrisa franca aquella tarde; a las 17:05 arribó el héroe de Macuspana, el eterno candidato que transitó del priísmo regional en Villahermosa, Tabasco, a erigir su propio partido al que bautizó con el estratégico nombre guadalupano: MORENA.

Sin escolta, sólo rodeado de amigos y de su hijo, el primogénito, el otro Andrés Manuel López (Beltrán), el que no parece junior y apoya a su padre en su largo recorrido por el país. Esta tarde arribaron a Lucas Alamán, al costado del Parque de Los Periodistas, en Venustiano Carranza. Una demarcación gobernada por el perredismo que él fundó, pero en esta ocasión le negaron la explanada porque el perredismo panista se siente amenazado con la presencia del último caudillo de la izquierda y no vaya a ser que su sola presencia les arrebate al clan de Israel y José Luis Moreno el control de la más perredista de las delegaciones, como reza su propaganda. Minutos antes los seguidores de MORENA en la Venustiano Carranza arengaban: MORENA sí, Moreno no.

Domingo 9 de junio, desde las 16:08 horas los camiones de grupos simpatizantes, de esa triada de partidos que conforman la coalición Juntos Haremos Historia, se apoderan de la vialidad que conecta Cucurpe y Congreso de la Unión. Descienden los emocionados petistas agitando las enormes banderas de rojo satín que recuerdan los orígenes ideológicos del indigenista encanecido, lienzos que evocan el comunismo ruso. Luego los morenistas, cuya identidad se basa en la juventud del movimiento lopezobradorista en una organización dinámica y aguerrida. Ahí la mayoría de los militantes y simpatizantes se mueven con gallardía con chalecos, playeras, mochilas que portan felices porque estarán cerca del caudillo.

Los vecinos de las colonias venustianocarrancistas, pese al perredismo que distingue a la delegación, aparecen de todas partes, toman posición en el sui géneris parque que rinde honores a los “periodistas”. Las nubes advierten la caída de un chubasco, pero hay un ánimo popular que presagia que los asistentes esperarán al líder histórico del sistema asi llueva, truene o relampaguee. La estruendosa tonada de MORENA alegra la víspera de la llegada del candidato presidencial y todos los aspirantes capitalinos que lo acompañan.

Una valla para proteger a los consentidos del evento, a los adultos mayores, ese sector al que AMLO otorgó un apoyo universal que llegó para quedarse y que constituye el programa mejor evaluado de la Ciudad de México. Los tumultos anuncian el inminente arribo del personaje que más ha buscado la Presidencia en los últimos años; la prensa ocupa los lugares que le permiten mejor visión para tomar las imágenes que registrarán el simbólico acto de campaña. El locutor anuncia la llegada de Andrés Manuel López Obrador exactamente cuando el reloj marca las 5:10 p.m.; se conduce directamente al modesto escenario preparado para anunciar el plan de acción de los candidatos.

Ahí están Patricia Ruiz Archondo, candidata a alcaldesa por Venustiano Carranza; Martí Batres, candidato a senador; Claudia Sheinbaum, la elegida por MORENA para contender por la jefatura de gobierno. López Obrador, dueño de la escena, ingresa al podio acompañado de su hijo Andrés Manuel, el mismo que siempre ha estado con él y en quien más confía. Los aplausos, gritos y chiflidos no le permiten al carismático tabasqueño comenzar el acto. La lluvia se empieza a manifestar con un tímido chipi chipi, Andrés Manuel asume el liderazgo y le pide al maestro de ceremonias que le permita sólo a él hablar para avanzar y no ver frustrado el evento por la lluvia. Las acompañantes se alegran, quién más si no él puede encabezar un acto de tal convocatoria; a nadie le importa oir a nadie más que al peje candidato, él lo sabe y se apodera del escenario.

Más repuesto que hace seis años, con sonrisa sincera, reconoce rostros de quienes lo han apoyado desde hace doce años. Hace el reconocimiento público, se emociona, voltea a ver a su hijo en una conexión secreta que le otorga paz. En el estrado, sin tarjetas, improvisa y se compromete: “no los voy a traicionar”. Muchos rostros se emocionan, estallan en júbilo cuando se refiere a los pobres como los más olvidados, porque ven en él la última esperanza de justicia social. Promete ser breve, pero lo suyo es el diálogo con sus seguidores, y el evento se extiende, abarca los grandes temas en un escenario modesto que no se parece a esas plazas y eventos multitudinarios que ha ofrecido en una larga campaña en todo el país. Todos importan.

Expone que el eje de su campaña buscará acabar con la corrupción, se pronuncia contra el aeropuerto y el oneroso gasto realizado por el gobierno federal. Promete acabar con la reforma educativa y construir refinerías, nadie lo cuestiona, admiran su nacionalismo y pide valorar el esfuerzo que hacen los campesinos para dar de comer en la ciudad.

La lluvia nunca atizó, quedó en pausa la amenaza de lluvia, la elocuencia del candidato hizo valer cualquier cansancio.

Fue muy claro cuando hizo énfasis en el apoyo que recibirían los jóvenes para “evitar que tomen acciones antsociales”, becas a estudiantes y a quienes quieran aprender un oficio, “nunca más rechazados”. Un grito emocionado de aprobación resonó porque en ese grupo se sintetizaba la población olvidada por el neoliberalismo. Las promesa de AMLO a adultos mayores, a los que les duplicaría la pensión, que una señora pidió no olvidar, “lo tengo grabado, no se vaya a echar para atrás”, caló hondo en los más ancianos, algunos llegaron en silla de ruedas y fueron ubicados en la zona central para protegerlos de la concentración humana.

La honestidad y la congruencia se convirtieron en sus cartas de presentación, los asistentes al evento avalaron con aplausos y porras la plataforma social de quien, además, prometió bajarse el sueldo y convertir Los Pinos en un centro cultural gratuito para dignificar la Presidencia con austeridad.

No hizo falta escuchar a nadie más, el líder de MORENA había convencido y refrendado con un discurso franco, sin tecnicismos ni retórica intelectual la lealtad con los seguidores de La Merced, Aeronaútica Militar, El Parque, Lorenzo Boturini, entre otras colonias de la zona, y las organizaciones sociales de barrenderos, comerciantes, burócratas y profesionistas aquel domingo en que la lluvia no se atrevió a soltarse para permitirle a esa región de la capital compartir la tarde con el candidato que mejor conoce los problemas sociales.

Por la apretada agenda, los asesores y jefe de logística lo apuraron para llegar al siguiente evento que también lo esperaba ansioso. Algunos se acercaron a desearle éxito en su último intento por llegar a la Presidencia, otros apenas lo saludaron a lo lejos. El candidato se fue, pero la emoción se quedó. Un humilde jubilado al verlo retirarse toma su bastón y le comenta a su esposa: “tardó mucho tiempo en llegar, pero valió la pena, mi voto por Andrés porque sólo él puede ayudarnos un poco, y eso para mí es mucho”.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.


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EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.