Y nadie resultó culpable

El 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, centenares de estudiantes murieron por manifestarse, por protestar contra los abusos policiacos, por disentir con la autoridad que se empeñó en criminalizar a quien cuestionaba sus peculiares métodos de control social. Transcurrieron cincuenta años de aquella tragedia sin que ningún responsable haya sido llamado a cuentas. Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México, murió sin enfrentar ningún proceso penal; lo mismo ocurrió con Luis Echeverría Álvarez, quien a su avanzada edad ha sostenido el mito de haber obedecido a su jefe de todo a todo.

En este caso, los gobiernos priístas protegieron a los culpables, es decir, se protegieron ellos mismos. Manipularon con el recurso de la alquimia jurídica los procesos legales y se encargaron de enterrar con burocracia y “comisiones de la verdad” las escasas oportunidad de poner en prisión a los halcones, militares, policías, secretario de Gobernación, jefe del DDF y al presidente de la República, el gran responsable de autorizar la emboscada y disparar a quemarropa contra los estudiantes congregados aquella trágica tarde del 2 de octubre.

En una operación muy efectiva para desalentar el recuerdo de aquella masacre, la historia oficial hizo su parte. Menospreciaron el asunto y lo sacaron de los libros de texto gratuito; apenas este año los libros de quinto año presentarán la descripción de hechos de forma muy general. Los archivos de las áreas de espionaje e inteligencia de Gobernación se encargaron de enterrar los registros visuales de aquellos hechos.  Más de 14 rollos de 400 pies de cada uno de película filmada sobre la matanza captada por las cámaras del cineasta Servando González (Viento Negro, Simitrio…) y los camarógrafos Alex Phillips, Armando Carrillo y Ángel Bilbatúa fueron destruidas o peor, desaparecidas. Dicho material fue captado por los enviados de Gobernación, un equipo de especialistas en cinematografía apostados con poderosas cámaras desde los cuatro puntos cardinales de la Plaza de las Tres Culturas durante todo el mitin. El equipo encabezado por Servando González, convocado desde las 14:00 del 2 de octubre por Echeverría y la supervisión de personal del ejército, entregó a los militares el documental que muestra de forma explícita cómo desde el edificio Chihuahua francotiradores dispararon sin piedad sobre los estudiantes congregados en la plaza, por citar sólo uno de los pasajes recogidos en este larguísimo filme que sólo Echeverría y la policía política de Echeverría escondió. Esta es la principal prueba del genocidio.

Gracias a la tozudez de los líderes como Luis González de Alba, Raúl Álvarez Garín, Marcelino Perelló, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Eduardo Valle, Salvador Martínez Della Roca, que nunca renunciaron a exigir justicia, algunos hasta el último aliento, quedó grabado en la memoria del imaginario social el recuerdo de aquella noche donde las balas abatieron a esos jóvenes que sólo protestaban por los excesos de la fuerza pública y soñaron en sostener un diálogo público con la autoridad para darle una lección al poder. La postura acomplejada de un gobierno que convirtió a los jóvenes estudiantes en el enemigo a vencer.

Más allá de una demanda ideológica particular, esos jóvenes se aglutinaron por defender su derecho a la libertad de tránsito, de asociación, de quitarles la etiqueta de criminales por la simple sospecha de un abuso policial. Si del lado del gobierno se hubieran reconocido los excesos de las fuerzas de seguridad con una actitud humilde y abierta, seguramente aquella trifulca entre la vocacional y la preparatoria Isaac Ochotorena habría quedado en una simple anécdota.

El conflicto escaló porque nunca se quiso ceder ante los cuestionamientos, ante la evidencia de la brutalidad de los granaderos. Ser joven en 1968 representaba la estigmatización y la sospecha de un potencial comunista, al menos eso declaran militares que fueron convencidos en los cuarteles del peligro de la conjura comunista.

Con el discurso propagandístico dictado desde Bucareli, periódicos, programas de televisión y radio, hicieron su labor para desprestigiar el movimiento. Si bien el documental El Grito, México 1968 (Leobardo López Arretche, CUEC, 1968) ofrece un retrato muy honesto de una sociedad solidaria que respaldaba el movimiento estudiantil, toda la prensa, desde Excélsior hasta El Heraldo de México (por mencionar los extremos ideológicos de los matutinos capitalinos) se encargaron de influir en la opinión pública para avalar la represión. No por ello los estudiantes en sus marchas gritaban a las redacciones a su paso: ¡¡¡Prensa vendida!!!

Fueron pocas voces las que fueron contracorriente, casi se cuentan con los dedos de la mano. Diez días después de la noche de Tlatelolco, con una cínica alegría, se inauguraban los Juegos Olímpicos de México 68. Ese día, el 12 de octubre, parecía que nada había ocurrido, la postal del olimpismo mundial que llevaba a una mujer a encender el pebetero hacía la magia de olvidar los horrores de Tlatelolco. Así quedó confirmada la verdadera intención del puritano gobierno de derecha de Díaz Ordaz, que se reducía a no suspender la justa deportiva otorgada por primera vez a una ciudad capital del subdesarrollo.

Cierto que el 2 de octubre no se olvida, ni se ha olvidado, ni se olvidará, y aunque México ha alcanzado algunos magros logros democráticos, la corrupción, las desigualdades, la inseguridad, la extrema pobreza y los crímenes contra estudiantes, migrantes y campesinos, por decir lo menos, nos recuerdan que en este país no hemos avanzado mucho y en algunos ámbitos hasta retrocesos hemos sufrido.

Ofrecemos nuestro respeto y sentido homenaje a todos los luchadores sociales acribillados por el sistema, que sólo por pensar distinto al gobierno pagaron con la vida su osadía. Hay muchas lecciones que debemos atesorar de esos jóvenes soñadores que pensaban en destruir las clases sociales y en construir para el futuro una mejor sociedad; para mí, una enseñanza que podemos y debemos rescatar se resume en una frase del mayo de París: ‘La nueva sociedad debe estar fundada sobre la ausencia de todo egoísmo, de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad”.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.