Ella confesó el crimen

Al defenderse de un ataque de su hijo autista, Isabel tomó el martillo con el que intentaba lastimarla, lo golpeó una vez y cayó al piso, intentó moverlo, pero no reaccionó; sin estar consciente de los hechos ya lo había matado no de uno, sino de por lo menos 30 martillazos en la cabeza.

 

Madre orgullosa y dedicada

Isabel es una mujer que se convirtió en madre a la edad de 15 años, desde entonces decidió asumir la responsabilidad que ello conlleva, sin saber que años más adelante detectarían en su hijo una condición que pocos niños presentan: autismo; y más tarde, aparecería la epilepsia.

Durante 15 años, la mujer de piel morena y estatura baja, surfeó con los problemas de su hijo, conducta disruptiva, problemas conductuales y sensoriales.

Su idea era no aislarlo, pues consideraba que tenía derecho a la “recreación: ir a un restaurante, a un parque, aunque le incomodara”.

“Nunca lo aislé, salía con él a la calle, procuraba ambientes de respeto. Todos sabían quién era él, nunca sentí vergüenza o algún sentimiento peyorativo”, dice Isabel a la jueza que determinará su situación legal.

Vivir con una persona en condición autista “es complicado”, dice Isabel, pues en la calle puede reaccionar de alguna forma no adecuada, no bien vista, como por ejemplo golpear a alguien o simplemente tocarlos, incluso llegó a masturbarse en público, eso una vez llegada la adolescencia. Acciones que eran poco comprensibles para las demás personas que reaccionaban con enojo y no entendían.

Pese a todo, su hijo era “funcional” y ella se sentía orgullosa de lo logrado, iba a centros especializados de autismo, tomaba sus medicamentos y su situación clínica era atendida, todo ello costaba más de 8 mil pesos mensuales y sus padres eran quienes le ayudaban a sostener el gasto.

Además de las conductas obscenas, con la adolescencia también llegó la agresividad, no sólo hacia su madre, sino hacia su familia y maestros, lo que motivó la deserción escolar y el deterioro de su funcionalidad.

Ahora ya no vestía solo, ella lo tenía que ayudar. Tenía problemas para dormir, subió de peso. “Había crisis constantes donde él me golpeaba, incluso intervenían agentes de la policía”.

 

Lo intentó internar… pero no lo aceptaron

El sábado caminando por los portales de Plaza Juárez, él le pegó, algunas personas intervinieron, pero ella los detuvo explicándoles la situación y con la promesa de que lo calmaría, pero no fue así.

“No pude calmarlo y lo subí a un taxi. Lo llevé al Villa Ocaranza, donde recibí el peor trato que en cualquier otro hospital. Me fue golpeando en el taxi, pero allá dijeron que no iba grave, mientras él mordía y orinaba en la puerta del consultorio de la parapsicóloga. Le recetaron medicamentos que le causaron somnolencia y siguió con la agresión”, narra.

 

Vienen los martillazos

Para el lunes, la mujer y su hijo fueron a desayunar tacos como cada semana, ya que las personas que tienen autismo tienden a repetir patrones, pero el local estaba cerrado.

Isabel convenció al menor de ir al mercado del C. Doria a desayunar. Al llegar, el niño intentó bajar su pantalón y hacer del baño en plena calle, ella intervino para evitar la escena y lo llevó al departamento que un familiar tiene cerca de ese lugar.

En el departamento, el pidió que hiciera bien del baño, acto que molestó al chico y se puso agresivo. Soltó un cabezazo contra su madre, la tomó de los brazos y le mordió un hombro. Acto seguido, tomó un martillo e intentó golpearla, pero no lo logró.

Isabel forcejeó, le quitó el martillo y le dio un golpe, al menos eso es lo que recuerda.

“Hay momentos de la situación que no recuerdo, no sé qué hice”

Cuando reaccionó intentó moverlo, “vi que no se movía, no sé cuánto tiempo pasó, me salí del departamento, regresé. Compré cosas: chocolate, cigarro, una jerga y jabón líquido. Estuve caminando, volví, me quedé en el departamento, lo moví. Limpié el piso. Mojaba el trapo con agua y lo regresaba, eso hice en la noche, sólo limpiaba. Al otro día, salí, fui a mi casa, no había nadie. Me bañé y hablé con mis amigos”.

Sus amigos fueron quienes la llevaron ante la Procuraduría para que testificara sobre el asesinato del menor. En un primer momento fue vista como víctima, y al confesar el crimen, cambió a imputada; no obstante, se le dio un trato con perspectiva de género.

El dictamen de la necropsia reveló que la causa de muerte fue laceración cerebral y fractura de cráneo con objeto contuso cortante.

Isabel reconoce que su “error fue no haber sido atendida psicológica y clínicamente”, pero justifica que no tenía tiempo para comer ni para ir al baño, menos para ser atendida por un psicólogo.

“Tenía días con taquicardia, ansiedad, vivía un estrés de pensar que él fuera hacer algo, les pegaba a personas ajenas a mí y a su familia”.

“Entro y salgo de una anemia, sufro taquicardia, antes de dormir tengo ansiedad, tengo miedo de que me agreda y no sepa qué hacer y cómo responder, le pegaba a la gente sin sentido, pateaba coches, quería tocar a las personas. Mi error fue no aceptar que no podía”, dice.

No obstante, deja claro que no pretende justificarse ni huir de la responsabilidad de haber privado de la vida a su hijo, al haberle propinado no uno, sino por lo menos 30 martillazos en la cabeza.

El delito que se le imputa es homicidio doloso agravado, y la jueza de control emitió la medida cautelar de sometimiento al cuidado o vigilancia de una institución de salud (Hospital General de Pachuca), ello a petición de la agente del ministerio público.

En cuatro meses, ella deberá enfrentar el juicio por el asesinato de su hijo, de quien recuerda sólo fue un golpe en la cabeza y se abalanzó al suelo y no supo más.


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