Una de las mayores heridas históricas del estado de Hidalgo está condensada en la ingobernabilidad estudiantil avasallada por la verticalidad del Grupo Universidad, que en estos momentos no responde al rol social que el cambio de conciencia estudiantil ha marcado desde la insurrección del Instituto de Artes de la máxima casa de estudios.
A contra facto, el rector Octavio Castillo Acosta ha hecho mutis, obstruyendo el diálogo que marque la ruta de reestructuración con la disidencia estudiantil, lo cual evidencia las anomias e involución del doble estándar del discurso de modernización de la UAEH, en detrimento de construir una conciencia acorde a los retos de la dinámica cultural, política y social del país.
En esta lógica de desencuentro de las autoridades universitarias con los estudiantes, la violencia institucional queda al descubierto cuando grupos de choque colapsan toda apertura de diálogo y negociación retrotrayendo la realidad hacia el lúgubre pasado que los ciudadanos hidalguenses experimentaron con el porrismo universitario.
El Congreso del Estado se ha pronunciado por el diálogo como instrumento de mediación y entendimiento entre los estudiantes disidentes y las autoridades universitarias, condición que ha sido acompañada por las ambigüedades de la bancada morenista que mantienen en vilo la respuesta política que demanda una definición pacífica del conflicto.
Entre la disidencia estudiantil y la conflagración en la UAEH, se ha abierto la caja de pandora que se remonta a las antiguas prácticas porriles que no caben en el momento histórico que vivimos en México y en Hidalgo frente a la dinámica por construir el futuro cierto de la nación.