La comprensión ontológica 31

No quiero ir-me a ninguna parte sin antes verla.

 

31.1      La noticia me destruyó, la idea de que tenía que esconderme me dejó deprimido e impotente. ¡No quiero irme! Débil. ¡No ahora! Sumergido en la tristeza. ¡No!

—Nos tenemos que ir —me dijo mi prima Constanza, preparé una maleta con lo indispensable y me dejó en una casa vacía que antes rentaba—. Sólo serán unas horas, vengo por ti en cuanto tenga todo arreglado. No salgas, no contestes el teléfono y, sobre todo, no le abras a nadie. ¿Entendiste?

Asiento cabizbajo.

—Descansa, mañana hay mucho qué hacer.

—¿Cuánto tiempo será? —le pregunto justo antes de que salga.

Me mira, aspira apretando la boca y me dice como consuelo:

—Tú no te preocupes, el licenciado Tejada y yo vamos a hacer todo lo posible para que el fiscal retire todos los cargos. Y, recuerda, de aquí en adelante tienes que ser muy cauteloso.

—¿“Todos los cargos”? Pues cuántos son.

—Ocho —responde tras una pausa—, entre sabotaje, terrorismo y, por el deceso del director a consecuencia del incendio, homicidio calificado.

Quedé en silencio, aplastado por un choque emocional y, al final, sin querer saber nada al respecto. Mi prima salió de la casa, yo recorrí como zombi el lugar y, mirando a la nada, me acurruqué en el sillón de la sala.

Quedé dormido.

Un hermoso sueño, Dalia y yo contentos. La imagen de su espíritu fundida en mi mente, su forma de reír y su manera de mirar-me. Su sonrisa. Todo el tiempo pienso en ella. Sus labios. No puedo dejar de pensar en ella. Sus ojos sicilianos. Sólo quiero estar con ella. Su cabello, su olor y su hermoso cuello. No puedo irme sin ella. Su cuerpo. No quiero estar sin ella. Me encanta su alma.

Y desperté sudando en la madrugada.

No puedo dormir.

          No quiero irme.

Perdí la conciencia aún resistiéndome ante el sueño, algunas imágenes comenzaron a formarse y mi intencionalidad mental ahora se enfocó en la razón por la cual tengo que huir-esconderme. El incendio del castillo Humboldt, empero, también del hecho que lo precedió. La imagen del lobo con la pata cercenada por una funesta trampa metálica. El fuego devorándolo todo, los antiguos muebles y el inmueble entero. El lobo jugando conmigo. El fuego destruyendo pinturas, esculturas y documentos invaluablemente históricos. El lobo protegiéndome de la nieve. El fuego activando todos los combustibles, los objetos esparciéndose por el calor y las explosiones provenientes de la vieja caldera.

¿Recuerdas?

—Yo no hice nada.

Los gritos de los empleados, los gritos de los alumnos y, siendo rebasados por el siniestro, los gritos de los maestros. El lobo lamiéndome la cara. El fuego creciendo rápidamente, abrasándolo todo y, cubriendo letalmente el Humboldt Trinity College, el pandemónium. El lobo defendiéndome. El castillo en llamas, el humo negro brotando como vómito demoniaco y el calor del infierno quemando todas la malditas almas de esa escuela desgraciada. La piel del lobo colgada en la puerta de la comisaría de Reno. Y el fuego purificándolo todo.

—¿No que no hiciste nada?

 

31.2     —¡No quiero ir a ninguna parte sin antes verla! —le exijo a mi prima Constanza antes de subirme al coche rojo que me había regalado pero que nunca lo había utilizado.

—De qué hablas.

—¡Sólo déjame ir por última vez a la prepa y después hago todo lo que quieras!

—¡Te estás arriesgando mucho!

—No me va a pasar nada, te lo prometo.

—No, no  —dice luego de una pausa—, es mucho riesgo.

—¡Por favor!

Accedió aunque todo el camino recordándome los arreglos que hizo para que yo pudiera esconderme en un lugar retirado, seguro y confiable.

Nos estacionamos a unos metros de la tienda de abarrotes donde siempre nos encontrábamos antes de entrar a la escuela, dieron las 4:15 y, extrañamente, aún no llegaba. Constanza desesperada. Dieron las 4:30, decidí bajarme y preguntar en la tienda si la habían visto pero nada. ¡Ya vámonos!, me gritaba por la ventana del auto. A las 4:45 nos tuvimos que ir, no sólo por la impaciencia de mi prima sino por una recurrente patrulla de la policía. Dimos vuelta en u sobre avenida Observatorio y, al pasar frente a las enormes puertas plateadas de la prepa 4, vislumbré a Dalia caminando cabizbaja.

—¡Detente! —le grito a mi prima.

—¿Qué?

Tomé el volante y, forcejeando, la obligué a estacionarse. Me bajé del auto corriendo y, precipitadamente, atravesé la peligrosa vía. Esquivé un auto, otros dos y un camión me tocó el claxon insultándome. Dalia volteó, llegué hasta ella y la abracé con todas mis fuerzas.

—Perdón por llegar tarde —me dice—, pero es que-

La interrumpí con un beso, la miré directos a los ojos y, tomándola cariñosamente por los hombros, le dije:

—Me tengo que ir de la ciudad, en este instante no te lo puedo explicar pero, desde el fondo de mi corazón, lo único que quiero es que vengas conmigo.

—¡Qué!

—¿Vienes conmigo?

—Pero…

—Si quieres escapar de todos tus problemas, este el momento.

 

Continúa 32

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".