La naturalización de la violencia o la natura de la violencia

Todo indica que la preocupación social sobre la violencia se presenta cuando se le usa como herramienta letal que sobrepasa las lógicas morales, políticas y de preservación de la especie.

El escenario es poco menos que una maraña sin inicio y sin final, hace perder la perspectiva acerca de cuándo es censurable la violencia y cuándo no lo es.

Parece consustancial pensar que cuando algo nos violenta es porque rompe la lógica del estado en que nos encontramos; lo mismo sucede en un parto donde la gestación había dado continuidad al proceso evolutivo del embrión, como cuando abruptamente los estudiantes rompen su conversación por ingresar a una clase; es el mismo sentimiento que transita de las vacaciones al trabajo.

Entonces, la violencia letal es censurable porque niega la oportunidad de vivir, pero cuando impide lo letal de la violencia, cobra defensa tácita o expresa.

Pongámoslo así: si un criminal es ejecutado al haber privado de la vida a una persona, no existe mayor censura social sobre la fuerza del Estado sobre el criminal; entonces la violencia letal se vuelve legítima, pero: ¿pierde lo letal que niega la vida?

Admito la indecencia del Estado. La civilización es una camisa de fuerza de la convivencia en conveniencia del uso o proscripción de lo letal; lo letal aparece sólo como punto extremo y cuando no es así, la perspectiva es el crimen, pero cuando hay defensa se diluye el prejuicio y la censura de lo letal.

La fatalidad parece admitir la propia censura psíquica del cuerpo, la pesada carga de la muerte es significativa para cambiar el rumbo de una decisión, pero la decisión no atenúa la ansiedad por destruir, de manera letal, lo que nos molesta o indigna.

Investida la muerte de lo letal, la causalidad es irrelevante como principio pero no como resultado, quizá porque lo letal ya no deja oportunidad ni camino.

Sin disposición a la violencia no se vive, sin la renuncia a ella no se es, ¿quizá natura?