La nieve y el corazón herido

Es Nochebuena y las luces iluminan las casas, los manteles decorados adornan las mesas donde la algarabía de la cena espera estallar en los corazones de todos; el pavo, la ensalada, las frutas secas se disponen para que en paz y armonía, la familia reunida, comparta el espíritu de la Navidad.

Esa noche, después de cenar se me ocurrió caminar por las calles, el frío se apodera de mis pasos, el cielo estrellado presagia un espléndido amanecer, me encierro en mis pensamientos y sigo caminando sin rumbo fijo, dejo que mis pensamientos me lleven a donde nadie llega.

Camino sin mirar, recuerdo a mis abuelos, padres y hermanos, primero se llenan mis ojos de alegría y después de tristeza, recuerdo a los que ya no están, aquellos que siempre me regalaron una sonrisa, un abrazo, que desde niño me hicieron sentir querido y estimado, pero se nublan mis ojos, ya no están ni estarán más.

Entonces, sin aliento, me detengo, he recorrido varias calles, y veo que en los escalones de una puerta se asoman hojas de periódicos, me aproximo y veo a dos niños intentando dormir, pero el frío les impide hacerlo, tienen entre siete y diez años, me acerco y les pregunto, ¿Qué hacen aquí?, el niño responde con dureza, ¡a usted no le importa!, suavizo mis palabras y le contesto, “no deseo incomodarlos, es sólo que hace tanto frío y ustedes están en la calle”, ¿cómo puedo ayudarlos?, el niño me mira incrédulo y me pregunta, ¿tú puedes ayudarnos?

El niño me mira y replica, “tú no nos puedes ayudar, recuerdo que en tu pasado hay espacios vacíos, extrañas la mesa de navidad donde tus padres pasaban largas horas riendo y abrazándote, donde tú esperabas el fin de la cena para ir a dormir y esperar la Navidad”; entonces le dije, “tú eres un niño, cómo sabes que eso pasó en mi vida”, el niño contestó, “se mucho más”, “te puedo contar de ese tren de color rojo con el que jugabas a los cinco años, del rifle que te regalaron a los siete y desde luego, de tu última pelota.”

Yo estaba entumecido y consternado, el niño hizo que corrieran lágrimas de mis ojos, no podía creer lo que me decía, no me podía explicar lo que estaba pasando, entonces le dije “cómo puedo ayudarte”, y replicó mirándome fijamente, “ya te he dicho, no lo puedes hacer, nadie lo puede hacer”.

El niño me miró y dijo, “te quiero hacer un regalo”, cuál, pregunté, “uno que ya no puedes tener y que nadie te puede dar, cierra tus ojos y escucha mis palabras”.

“Has tenido años buenos y malos y eso es parte de la vida, pero ahora ya no tienes años ni buenos ni malos y eso es parte de la desolación, te has perdido, ya no conoces a los amigos ni a los enemigos; es tiempo de que vuelvas a la vida, pero necesitas volver, volver a ti, porque tienes el corazón herido”.

Abrí los ojos y ya no estaba el niño.

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.






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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.