Las piedras de la verdad

Me gustaba creer que la sociedad iba en pos del progreso como los niños buscan un globo. Me gustaba creer que la humanidad sentía humanidad; llegué a creer que el egocentrismo era solo el reflejo de los pusilánimes, mientras las huellas de las dudas se convirtieron en herida, golpe de Estado, exilio y ostracismo.

Pero entonces las botas del opresor se hicieron presentes desde la historia, las letras y la universidad; se cancelaron los sueños de una noche de verano, creció el invierno como crecen las dictaduras, oprimiendo y helando el corazón del mundo, dejando heridas cuya hemofilia no permite que la cicatriz endulce el olvido, ese olvido que es el único consuelo de los que hemos sido derrotados.

Despertar, entonces, no es una opción, como tampoco el trayecto onírico en que cada pesadilla se asume como una verdad; donde la verdad es la pesadilla que insulta en el camino cotidiano, donde nada parece significar una oportunidad y los discursos de juventud son el eco perdido de mis brazos al cielo, observando ese horizonte que algún día parecía cierto.

Allí, las piedras de la verdad sepultaron el último amor, el encanto providencial del viento que golpeaba mis mejillas, que convertía en llanto el recuerdo, en esos pasos perdidos, en esos días de tanques y soldados; allí, donde la nieve se mira al cielo y el mar es frío e indolente con los huesos; allí, donde el sol no aparece jamás.

En las letras de ese poema largo y lleno de caricias, en la música del colibrí y el aleteo de las mariposas, el tiempo parece escapar a las piedras de la verdad; su prosa se vuelve miel e infortunio, se agolpan las frases del alma, del impío suspiro de mujer distante, de gnomo azul.

Cronos no perdona el aliento, no deja de recordarte que la vida es un instante sin huella, que el murmullo de las flores erosiona el aroma de tus pasos, en una historia que nadie contará de ti, donde se perderá esa memoria que no tiene retorno, donde el fuego interior solo alumbra la caverna para desaparecer en la mañana con el canto de los pájaros.

Mi última pelota de colores de circo me recuerda a las rocas de la playa, donde las olas golpean con la furia oceánica, donde equivocarse es superficial, efímero, sin luz ni encanto, pero siempre en el retorno de las piedras de la verdad.

 

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Por: Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.


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CRONOS - Carlos Barra Moulain

Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.