Semáforo electoral

Desde que empezó la pandemia, nuestra vida se ha manejado por colores. Hace unos días se anunció que México no tiene ningún estado en semáforo rojo y que, al parecer, las cosas están mejorando, lo que permitió declarar a casi todo el país en alerta amarilla. En el caso de Hidalgo, es la primera vez desde marzo de 2020 que estamos en esta situación. 

El semáforo amarillo permite todas las actividades laborales, el acceso libre al espacio público y aforos reducidos en espacios públicos cerrados. Sin embargo, luego de poco más de 34 mil contagios y 5 mil muertes en Hidalgo por covid-19, no es momento de bajar la guardia. Es curioso que este cambio de semáforo a nivel nacional coincida con un momento de intensa movilidad por motivos políticos dadas las elecciones por venir. 

Este año, sin excepción, en todas las entidades del país se realizarán  elecciones, uno de los procesos más importantes en términos de números en la historia moderna de México. 

Como ya lo sabemos, en nuestro país no hay nada más importante que las elecciones, que la inauguración de obras públicas, que la lucha enfermiza por el poder, así que este repentino y abrupto cambio de semáforo deja mucho qué pensar, pues los ciudadanos de a pie sabemos cómo se siente la pandemia. 

Cada vez más estamos enfrentados a la enfermedad, a las complicaciones económicas y psicológicas del encierro que ya no es encierro, pero tampoco es libertad. Estamos frente al espejismo que representa la vacuna para la mayoría de nosotros y mejor ni hablar de la indignante manera en que se ha hecho política con la campaña de vacunación para los adultos mayores. 

En medio de un contexto de crisis, del contagio del presidente, de una vacuna que llega pero que no es accesible, de resultados nebulosos del censo de población, de las típicas complicaciones de vivir en México, ahora tendremos que creer que este color amarillo no es el color de la conveniencia política que siempre ha reinado en nuestro país. 


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