Ser y Devenir 108

Su enigmática existencia, su increíble mirada y su preciosa forma de ser levantan, al unísono mágico, mi solitario e incomprendido espíritu desolado por el abismo filosófico que he mirado tanto, tanto tiempo, por tantos años que las cicatrices en mi esencia son evidentes. Sin embargo, la luz del mundo comienza invariablemente cuando pienso en su alma perfecta, su hermosa investidura y, por supuesto, sus ojos. Siempre sus ojos. Sus hermosos ojos moros.

—¡Proletarios, uníos! —gritaba mi hermano mientras encabezaba el saqueo del rancho.

Intenté seguirlo pero me interrumpió el relinchido de Tezca, mi caballo negro, pidiendo ayuda como un eco llamado del cielo; llegué corriendo al establo y, de forma inesperada, me encontré con uno de los campesinos alzados luchando por llevárselo.

—Por favor no te lo lleves —le pido obstruyéndole el paso.

—Ahora es mío.

—Llévate otro, te lo suplico.

—Éste es el que me gusta —dice jalando, innecesariamente, el cuello de Tezca con excesiva fuerza.

—Llévate cualquier otro, aquí hay muchos más y él es el único que te pido que no te lleves. Por favor, te lo suplico, llévate otro.

El sujeto niega con la cabeza, se limpia la boca con el dorso de la mano izquierda y, con su brazo derecho, me amenaza con su machete que desenfunda con extrema habilidad:

—¡Quítate o te lleva la chingada!

—No.

—¡Quítate!

—¡¡No!!

¡Mitstemiktia! —me grita intensamente mientras levanta su brazo para atizarme un violento machetazo, empero, mi caballo (sintiendo el breve aflojamiento que lo sujetaba) da la media vuelta en un santiamén y, pareciera que apuntando con sus ancas, patea con todas sus fuerzas al campesino sublevado.

¡Fuera de combate!

Abracé cariñosamente a mi majestuoso caballo, le quité la maldita reata que lo lastimaba y, sin ponerle su silla, cabalgamos esquivando algunos de los fenómenos de todo el desorden y nuevo orden social. Ya no podía alcanzar a mi hermano, no sabía dónde se hallaba y, vislumbrándolo interiormente, supe que tenía que decidir mis prioridades y ponerlas en acción. Lo sabía, lo sentía y tenía que destruir el lugar más aborrecible del rancho, i.e., el matadero.

¿Qué puedes hacer? Una silenciosa voz me ponía en duda. No puedes hacer nada. Ponía en duda mi seguridad. Te van a matar. Ponía en duda mi sensibilidad. De pronto,

¡Bang!

Tezca frenó erráticamente, se alzó en dos patas y, resbalando por la maleza húmeda, caímos fatalmente de espaldas. Me lastimé el tobillo izquierdo y, cojeando, quise ayudarlo pero…

—¡Tezca!

Tenía un tremendo hueco de bala en el cuello, atroz orificio espeso y brotante de sangre y, como consecuencia del plomo, lastimosos temblores en el vientre. Todos los síntomas de la muerte.

—Tezca…

Lo acaricié consolando su dolor hasta que cerró los ojos, sentí en mis manos su último aliento y, paulatinamente, dejó de moverse.

 

Continúa 109

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".