Ser y Devenir 111

Mi abuelo murió casi un mes después de la revuelta, al día siguiente lo enterraron en una capilla entre los escombros del rancho y yo asistí, a pesar de todo, aún sin abrir los ojos.

El sentido de mi oído accedía a datos que nunca antes había percibido, como las secretas voces del desprecio, el cúmulo de comentarios de desaprobación y hasta los más mínimos murmullos de repulsa por parte de mis parientes. Los insultos fueron claros, duros pero, no obstante, comprensibles. El que a mí no me importe el dinero no significa, ni siquiera para mi beneplácito, que todos deban pensar como yo. No me siento ni más bueno o menos malo por despreciar los bienes materiales, simplemente es algo que uno siente y a mí me hacen vibrar otras cosas.

Terminó el funeral y, auxiliado por una enfermera, volví al coche que me había llevado hasta el rancho. Mis quemaduras estaban por completo sanas pero, aun cuando ya quería salir del hospital, me seguían reteniendo por lesiones en mis pulmones.

¡Boom!

Cuando le prendieron fuego al matadero logré atravesar innumerables paredes y columnas de fuego corriendo a toda velocidad por más de cincuenta metros. Escapé de las últimas llamas aterrizando sobre un montículo de estiércol suave, fresco y, sobre todo, frío. La mierda de los toros muertos calmó, momentáneamente, mis quemaduras.

—Mañana es la lectura del testamento —me dice Zimmer luego de subirse al coche que arranca ante el asedio de varios medios de comunicación.

—¡Vete a la verga!

—¿Qué es lo que quieres?

—Sólo cállate y déjame en paz.

Silencio.

—Eres un cretino ¿lo sabías?

—¿Yo soy el cretino? —le pregunto, retóricamente, riendo.

—¿De qué hablas? —cuestiona luego de una pausa.

—¡Tú eres el abogado! Dime sinceramente, ¿quién es el cretino?

—Aún me deben mucho dinero.

—Yo no te debo nada —aclaro.

—No te conviene ponerte pesado conmigo, niño.

—¡Detente! —grito al chofer quien, ante mis ojos de furia, se estaciona precipitadamente.

—¡Qué haces! —pregunta Zimmer.

—Bájate.

—¿Qué?

—¡Vete!

—¿Quieres que me baje?

—Quiero que te largues —clarifico.

—Te vas a arrepentir —amenaza luego de otra pausa.

—Lárgate.

Zimmer se baja del auto, cierra la puerta y, antes de que pudiese decirme algo más, el auto arranca a toda velocidad. Instantes después la enfermera me pregunta:

—¿Por qué no quieres abrir los ojos?

—Tengo miedo.

—¿De qué?

Un largo silencio en que no sé qué contestar y me quedo, torpemente, pensando. No le hagas caso, hermano. Entonces intento abrir, lentamente, los ojos.

 

Continúa 112

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".