Ser y Devenir 142

Tres búsquedas.

¿Por qué no quieres ir?, le pregunté a Giovanna bajo las sábanas. No me gustan las bodas. Es mi amiga. Pues la felicitas. No quiero ir solo. Pero a ti te encanta estar solo. Esta vez no. Lo dices sólo porque estás conmigo. Te juro que no.

Un silencio del viento moviendo suavemente las cortinas cerradas y atravesadas por la luz de una tarde azulada.

Además no quiero ir. Son tus amigos, pásala bien con ellos. Yo voy a ir a una conferencia. Sobre feminismo. En Xochimilco. Tarde. Probablemente regrese hasta mañana. Te llamo cuando me desocupe. Ya es tarde. Me tengo que ir.

Otro silencio mientras se vestía. Es hermosa. Podría escribir sobre ella toda la vida. Es una luz que siempre brilla. Es filosofía.

¿Quieres un ride? me pregunta cuando salimos de su casa.

Quiero que me acompañes.

Ya te dije que no me gustan las bodas.

Entonces yo tampoco voy.

No mames, es tu amiga. Nadie se casa todos los días.

Suspiro y miro al horizonte.

Te llevo dice por último, nos subimos al auto y partimos rumbo a Coyoacán.

La ansiedad en crescendo, el temor de alejarme y el nerviosismo constante me hacen tomar discretamente el Rivotril que guardo en la cajetilla de cigarrillos. Delicados sin filtro. Pero encuentro dos. Miro al frente y, disimulando, me paso las dos pastillas en seco y cierro los ojos el resto del viaje.

Ya llegamos.

La luz de sol me impide regularizar mi visión de inmediato, aprieto los párpados y extrañas figuras de colores fosforescentes aparecen en mi mente.

¿Estás bien?

¿Entonces? —le pregunto.

¿Entonces qué?

¿Sí me acompañas?

Me mira, sonríe y toca mi rostro suavemente.

A mí también me gusta estar sola.

Me adentro en sus ojos y, lentamente, asiento apenado por mi egoísmo evidenciado.

Ármate un toque antes de que te bajes ¿no?

Me puse feliz, lo forjé y se lo pasé sin dejarla de mirar mientras fumaba. Miraba su delicado perfil, observaba sus bellos labios y admiraba sus hermosos ojos.

Me besa, me mira y se despide en silencio moviendo sus labios. Me bajo del auto, la miro por último y cierro la portezuela. Arranca, aspiro hondo y la veo alejarse a la distancia.

Música de violín huasteco proviene de una casa con enredaderas en las ventanas, cruzo la calle hacia la iglesia de La Conchita, pequeña y muy antigua, y tomo una foto de su fachada blanca y garigoleada. Me siento en una banca, luego de unos momentos me recuesto y, observando las ramas de los árboles moviéndose suavemente, pienso en aquel insuperable invierno.

La blancura se extendía en toda la perspectiva, mis manos quemadas por el hielo y el frío congelando mis pies.

Mi búsqueda.

Hundido en la nieve, agotado e inmóvil. La noche comenzaba a descender. Será mi último atardecer. Y más nieve comenzaba a caer. Voy a morir aquí. La muerte comenzaba a aparecer. Ya no puedo más. ¿Ya ves como eres un pendejo?

Conduje el Chevy Nova color dorado hasta el poblado de Yaku, comunidad de nativos americanos a la orilla de Lake Tahoe, donde podía vislumbrarse a lo lejos la torre más alta del internado Humboldt.

No hay gasolina —me dice un hombre con abrigo de oso, cabello largo y sombrero negro adornado con pequeñas plumas de pájaro.

—¿Cuál es el camino más corto al castillo? —le pregunto al bajarme del auto.

—Rodeando el lago.

—Gracias —cierro la puerta,

—No pensarás irte por ahí ¿verdad?

—¿Por qué no?

—Es imposible

—No me importa.

Y me voy caminando rumbo al lago cubierto de blanco apenas con suéter, chamarra de cuero y sin calcetines. Era un auténtico esperpento.

—¡Espera!

Me detengo y volteo.

—¿Eres alumno de Humboldt?

Asiento.

—¿No quieres un caballo?

—No tengo dinero —digo temblando.

—Te lo cambio por el auto.

—No es mío.

—Bueno, déjamelo mientras tanto.

No sólo fue el caballo. Me invitó a pasar a la casa contigua a la gasolinería, me dio ropa nueva de la tienda y, luego de cenar estofado, pasamos al establo. Me quedé anonadado cuando vi al caballo. Era el caballo pinto que se aparecía misteriosamente a las afueras del castillo. Me recordó a Tezca, mi caballo negro del rancho, empero, éste tenía otro tipo de halo. Transmitía cierta sabiduría. Quizá un espíritu o alma vieja.

—Le agradas, chico.

El caballo olía mi cabeza.

—¿Es suyo?

—De mi abuelo.

—Ya lo había visto ¿sabe?

—Me imagino.

—¿Y a su abuelo no le molesta que me lo preste?

—Mi abuelo ya está muerto.

—Lo siento —digo luego de una pausa.

Preparó la silla de montar, una cobija en las ancas y dos pequeños costalitos de avena. Ya en el exterior, prendió un incienso y, con discreción mística, le dijo algo al caballo en su oreja.

—¿Cómo te lo voy a devolver? —le pregunto.

Quedamos en que iría al internado por su caballo y, al proponerme llevarme el auto, le confesé que era robado.

Take care! —me dice cuando me alejo cabalgando entre la blancura del suelo y los montes nevados.

Las herraduras crujiendo sobre la nieve aplastada, el poderoso viento helado y, milagrosamente, el aullido del lobo cimbrándolo todo. Sonreí, me alegré mucho. El aullido se volvió a repetir. Estaba muy feliz.

Bonjour!

Abro los ojos y un par de ojos azules, como el agua de la costa azul en Niza, me impactan haciéndome levantar torpemente de la banca afuera de La Conchita.

—Hola —saludo a una joven francesa, cabello rubio y sombrero de felpa.

Êtes-vous un ami du petit ami ou de la petite amie?

—No sé francés. Do you speak english?

—Uh… —se queda pensando elevando sus extraordinarios ojos claros—. Your friend is?…

—Alix.

—¡Ah! —exclama y me entrega un pequeño adorno blanco para colocarlo en mi solapa.

Merci! —le digo cuando se aleja y, como si le hubiese mentido, me sonríe apuntándome con el dedo.

Sin embargo, no me pongo el adorno. Es sólo para mí. Lo guardo en la bolsa interior de mi gabardina negra y me doy cuenta que la gente comienza a entrar a la iglesia. Me alejo para comprar cigarros al otro lado de la plaza, compro un café y me siento otra vez en la banca. Ahora la plaza está vacía, llega la novia y comienza la misa.

Mi búsqueda.

Aún no sospechaba que una tormenta de nieve colapsaría el trayecto.

Continúa 143

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".