Ser y Devenir 50

¿Cómo conocemos el mundo? Kant nos advierte que en vez de preguntarnos cómo el conocimiento conforma sus objetos habría que preguntarnos cómo se conforman dichos objetos en el conocimiento. El giro copernicano. ¿Ya no somos simples sujetos observadores del mundo? Nuestra estructura de entendimiento incide en la forma en que los objetos se nos presentan, lo que media activamente entre el noúmeno y nosotros. Es nuestro instrumental epistemológico el que determina cómo se presenta la cosa en sí ante nosotros como objeto de la experiencia, esto es, como fenómeno. Sin embargo, la diferenciación de Kant entre la cosa en sí y la cosa para sí sigue estableciendo la dicotomía por excelencia de la metafísica occidental, es decir, sólo la primera es real y la segunda sólo es una apariencia. Ser y devenir.

—Despierta… —escucho la voz de mi mamá y muevo un poco la cabeza—. Abre los ojos…

—No quiero ir a la escuela, mamá —digo aún sin abrir los ojos.

—¿Mamá? ¿Escuela? —exclama la Ñera—. ¡No seas mamón!

Abro los ojos y despierto por completo, me sorprende Puerquito lamiéndome la cara mientras la Ñera y Samantha me observan.

—¿No tienen hambre? —pregunto por decir algo.

Los días en la calle se convirtieron en desconsuelo, sufrimiento y suplicio. Salíamos a buscar comida sin la euforia que antes acompañaba a toda la banda y ahora regresábamos de inmediato a los vagones oxidados antes del anochecer. No sólo era el miedo ante la cacería de los policías sino la falta de espíritu, alegría y, sobre todo, convicción existencial. Hasta Puerquito se veía desanimado, contagiado por nuestras expresiones y silenciosos llantos. Había pasado un mes desde que perdimos a nuestros amigos cuando ya no pude soportar más la incertidumbre vivencial. Era de noche y llovía fuerte, estaba sumamente deprimido y hacía frío, quería gritar y una terrible angustia contenida en mi alma terminó por explotar.

—¿Qué vamos a hacer? —les pregunto muy serio poniéndome de pie.

—Otra vez con lo mismo… —me reclama la Ñera.

—Tenemos que buscar a nuestros amigos —insisto.

—¿También quieres que te agarren?

—Por supuesto que no, pero al menos tenemos que intentarlo.

Una pausa reflexiva mientras Puerquito mueve su cabeza de un lado a otro, mirándolas a ellas y mirándome a mí, mirándolas a ellas y mirándome a mí.

—¿Y dónde los piensas buscar? —me pregunta Samantha.

—No lo sé —confieso luego de una pausa intimidada por sus fuertes miradas.

—Bueno, cuando lo sepas nos dices —me dice la Ñera y se da la vuelta para dormir—. Y ya deja de estar chingando.

Samantha me mira, aprieta levemente los labios como queriéndome decir algo pero finalmente niega con la cabeza mirándome con cierta condescendencia, tristeza y lástima por mi ingenuidad, inocencia e ignorancia callejera. Suspira hondo, se acuesta a dormir y Puerquito se acurruca en sus piernas. Yo bajo la mirada y, luego de un sollozo, cierro los ojos quedando cabizbajo.

¿Cómo podemos encontrarlos?, le pregunto a mi hermano. ¿En verdad quieres buscarlos? No podemos hacer como si nada hubiese pasado. ¿Y qué vas a hacer si los encuentras? No lo sé. ¿No lo sabes? Depende con qué nos encontremos, pero tenemos que hacer algo. ¿Qué? Tenemos que rescatarlos.

—¡Ya sé! —grito haciéndolas brincar del susto y Puerquito ladra por el sobresalto.

—¡Qué te pasa, pendejo! —exclama la Ñera.

—Ya sé cómo encontrarlos.

Ellas se miran y me miran esperando una explicación.

—¿Cómo? —pregunta Samantha.

—Dejándome atrapar.

—¿Estás loco?

—Sí.

 

Continúa 51