Se va a morir, escucho la voz de mi hermano. No digas eso. Todos nos vamos a morir.
—Te tienes que ir —me dice Héctor—. Tengo pacientes y no puedes estar aquí.
—¿Y Puerquito?
—¿Puerquito?
—¡Mi perro!
—Ah, regresa mañana y te lo llevas esté como esté.
—Está bien.
—Y me saludas a tu prima —dice por último y me cierra la puerta del consultorio. Miro la calle y suspiro preocupado, entonces suena el celular que por error me fue entregado. No contesto, lo apago y vuelvo a guardarlo. Es el teléfono de uno de los policías, los cazadores de niños.
¿Qué puedo hacer? Tengo miedo, pero no puedo permanecer ajeno. No quiero olvidarme de ellos. Tengo miedo pero no me importa, siento nervios pero puedo controlarlos, siento angustia y sólo actuando puedo derrotarla. Hay algo más fuerte que el miedo.
Más allá de los fenómenos, ¿qué es real y qué no es real? Por ejemplo, ¿cómo determinar la realidad de un sentimiento? La realidad de sus posibles adjetivos. Un pensamiento es real en tanto se piensa, un sentimiento en tanto se tiene, ¿pero qué es aquello que se siente? La sensación es real, ¿pero es real la descripción? ¿Cómo encontrar la palabra exacta para aquello que nos altera el corazón? ¿Y qué significa aquí ‘exactitud’? La confusión de las mezclas lingüísticas como correspondencia de la mezcla de sensaciones y el cual suele llamarse según el más fuerte. Porque el odio no sólo es odio, hay amor atrapado, velado o encapsulado; así como el amor a la humanidad contiene, históricamente, el odio a la injusticia. El antagonista tiene mucho del héroe, por ello deben vencerse.
Tenía mucha hambre y había perdido el dinero del semáforo, me metí al metro y me bajé en la estación Misterios. Regresé cabizbajo a nuestro vagón oxidado. Temía darles la mala noticia a mis amigas, pero no estaba la Ñera ni Samantha. Sin embargo, la pistola y sus dos balas seguía en su sitio y apenas escondida con una frazada. Fui por comida al contenedor del mercado Beethoven y les llevé algunas manzanas para cuando regresaran. Pero no regresaron en toda la tarde, la noche y la madrugada. El mínimo ruido me hacía levantarme y esperarlas, pero nada. No regresaban.
Enciendo el teléfono, lo reviso y veo los números registrados y los mensajes de texto. Tomo el libro de filosofía y apunto en las primeras y últimas páginas los datos que considero relevantes. Los nombres de algunos agentes, fechas y un par de direcciones. Marco el número de la última llamada perdida y espero unos momentos, voy a colgar y alguien finalmente contesta.
—¡Puta madre, dónde estás!
Toso como contestación.
—Te espero mañana y más te vale llegar o te carga la chingada.
—¿Adónde? —pregunto con voz ronca.
—¡En el Ajusco! —contesta y cuelga. Me quedo pensando. Una de las direcciones es en San Miguel Ajusco.
No hagas nada, me dice mi hermano. No puedo permanecer ajeno. Por poco te atrapan. Ese era el plan. ¿Entonces porqué no te dejaste agarrar? No sé, instinto tal vez. ¿Y qué dice tu instinto ahora? Que tengo que hacer algo. Eso dice tu razón. Si fuera así no haría nada. Lo harías por obligación moral. Lo haría de todas formas. ¿Aunque te maten? Aunque me maten.
Amanece y, aún sin haber dormido por la preocupación de mi perro, me siento revivido cuando me ilumina el sol naciente. ¿Y mis amigas? Tal vez me estén buscando. ¿Y por qué no han regresado? Tengo que averiguarlo, pero antes tengo que ir por Puerquito. Me llevo la pistola por si la necesito.
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Por: Serner Mexica
Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".
