Ser y Devenir 9

Estoy en el bodegón desgranando mazorcas junto con otros veinte niños y el polvo invade todo el espacio, mis manos están sucias y mi boca seca, mi nariz pica horrible y cierro los ojos intentando protegerme de la áspera nube. Suena la campana que da por finalizada la jornada.

—¿Cuántos años tienes, chico?

Abro los ojos y es la niña.

—¿Eres mudo o estás sordo? —vuelve a preguntar.

—Ocho.

—Te ves más chico.

Me encojo en hombros.

—¿Por qué estás aquí?

La miro y la luz del exterior oculta su rostro, ella se acerca más y aparecen sus portentosos ojos. Son raros, extraños. No puedo dejar de mirarlos.

—¿Qué tanto me ves?

Voy a decir algo pero se da la media vuelta y se retira. La sigo al exterior, la alcanzo en su paso rápido y caminamos juntos. Se detiene, se agacha y toma algo del suelo, lo mira de cerca en la palma de su mano derecha.

—Es una catarina.

Una pequeña bolita color cereza con pequeñas manchitas negras, antenas circulares y una alas escondidas que la hacen volar. Se eleva en espirales y se pierde en las puntas de los árboles.

—¿Por qué estás aquí, chico?

—No sé. ¿Tú?

Sus ojos me miran fijamente, diciendo algo, como si quisieran decir algo, paulatinamente tiemblan produciendo lágrimas que no se atreven a brotar, que no se atreven a hablar. Aspira hondo, quiere sus lágrimas contener y, de repente, se echa a correr.

Llega la noche y en los sueños ya no aparece mi hermano. Es la medicina. ¿Por qué estoy aquí? Miro mi almohada y no tiene la abeja bordada. Me siento y busco con la vista a la niña, pero únicamente sombras de los rectángulos de las camas en perspectiva. Y la puerta al fondo de la barraca.

Camino sigiloso hacia ésta, en las camas ninguno se mueve, todos duermen. Detrás de la puerta hay una luz amarilla que deslinda el marco de la puerta, me acerco a ésta y descubro una cama vacía. La almohada con la abeja bordada. Escucho pasos acercándose, corro a mi cama y me quedo quieto lo más que puedo.

La puerta se abre violentamente pero ningún niño se despierta. Un monstruo gordo y calvo, sin playera y lleno de pelos por todo el cuerpo, sujeta a la niña del cabello y la avienta a la cama. Ella está desnuda.

El monstruo enciende un cigarro, le echa el humo en la cara y ella tiembla aterrada.

—Todo va a salir bien, chiquita —le dice mientras le mete su dedo en la boca.

Quiero gritar pero no puedo, quiero moverme pero estoy inmóvil, quiero hacer algo pero no me atrevo. El monstruo sale y cierra la puerta, una cadena se escucha detrás de ésta. Exhalo profundo y me pongo de pie con mi frazada, camino hacia ella y, sorpresivamente, todos los niños de la barraca comienzan a levantar la cabeza. Estaban despiertos y asustados, como yo. Llego con ella, la tapo con la frazada y me siento a su lado.

Un largo silencio. Ambos miramos el suelo.

—¿Ya sabes por qué estamos aquí? —dice llorando y recarga su cabeza en mi brazo.

No lo sé y me quedo pensando. Sólo mi hermano podría hacer algo.

 

Continúa 10

Por: Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".






EL INDIO FILÓSOFO - Serner Mexica

Filósofo por la UAM, estudió la Maestría en la UNAM y el Doctorado en la Universidad de La Habana. Fue Becario de Investigación en El Colegio de México y de Guionismo en IMCINE. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de Dramaturgia EMILIO CARBALLIDO por su obra "Apóstol de la democracia" y en el 2011 el Premio Internacional LATIN HERITAGE FOUNDATION por su tesis doctoral "Terapia wittgensteiniana".