Soy ciudadano romano, soy berlinés, soy hidalguense

En la antigua Roma la fortaleza de sus habitantes empezaba con una frase que era orgullo, pero sobre todo compendio de grandeza, por lo que se traducía en derechos ante la autoridad para ser tratados con respeto y apego a la ley; la frase era: “civis romanus sum”, “soy ciudadano romano”, que se hacía valer como la dignidad más grande de los romanos.

San Pablo mismo, cuando de acuerdo a Los Hechos de los Apóstoles va a ser azotado por su predicación, se acoge a su ciudadanía para poner las cosas en su lugar: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle hecho juicio?”, y pesaba tanto la ciudadanía que, dice el relato, “al momento se retiraron los que le iban a dar tormento”. El solo hecho de ser romano les hizo saber y aceptar que las cosas debían caminar de manera diferente.

De igual manera, el 26 de junio de 1963 surgió la frase de Kennedy en Alemania: “ich bin ein berliner”: “soy berlinés”, para demostrar su solidaridad por los berlineses que conmemoraban el decimoquinto aniversario del bloqueo que sufría su ciudad por parte de los rusos manifestado en el ignominioso muro de Berlín del 13 de agosto de 1931.

Por eso, ante miles de alemanes les recordó que para ser respetados bastaba ser berlineses, al señalar: “Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombre libre, yo con orgullo digo estas palabras: “SOY BERLINÉS”.

Sin duda, el surgimiento del concepto es el mismo de los romanos que sentían el orgullo de su origen como signo de respeto.

SOY HIDALGUENSE

En esta hora, en que Hidalgo sufre abusos en una práctica política de vivos, en que parece que lo único que importa es el poder por el poder o para urgencias de grupos y de personajes que históricamente se significan por acciones que rayan en lo delincuencial, es urgente hacer valer al hidalguense como el protagonista central de la vida del estado. Decirles a morenos, tricolores, verdes y demás, lo mismo que a las garzas: los dueños de esta tierra somos los hidalguenses y desde el origen de Hidalgo son sus habitantes los dueños del camino y la fuente del poder que depositan con generosidad con la fuerza que tienen los ciudadanos para darles la oportunidad de dirigir a la comunidad. Y que, por lo mismo, lo que pedimos es que no rompan con abusos este sueño de grandeza que nace en Huapalcalco, que nos da sello de grandeza con nuestro abuelo Quetzalcóatl y nos hace marchar con la grandeza de los toltecas con la fuerza y brújula del Xicuco, que es el guía de este pueblo de atlantes al ritmo de Ehecatl, el dios del viento, que se convierte en letanía de plata y oro por las calles de Pachuca, para arrullar nuestro sueño o para espantar los fantasmas de los mineros muertos en las tragedias que anunciaba el silbato de las lágrimas.

Sólo eso: que no rompan con su avaricia de poder, con sus ambiciones de torpeza, nuestro espíritu de guerreros náhuatls de la Huasteca, ni el orgullo de los otomíes, muro infranqueable para las ambiciones de la gran ciudad, ni nuestro derecho a las calles hermosas de nuestros pueblos llenos de magia, ni a respirar el aire, vida de los bosques de la sierra y nuestros parques.

Sólo eso, que nos dejen ser libres, ser lo que somos por origen y vocación: dueños de nuestros caminos, minas, ríos y campos; de nuestras comidas pronunciadas desde las primeras páginas de los libros sagrados como los chinicuiles, zacahuil, barbacoa del Valle y guajolotes de Tulancingo. Que no nos estorben para seguir disfrutando de los pulques de Apan, las enchiladas de Huasca, los pastes de Real del Monte y toda la muestra mágica de Santiago de Anaya. Que respeten nuestra devoción del 12 de diciembre en nuestra guadalupana, que no necesita de campañas para ser la gran líder de la esperanza y luz de nuestros caminos. Que nos dejen jugar con nuestros niños lecciones de limpieza y transparencia.

Se los pedimos, se los exigimos por la sencilla razón de que somos hidalguenses, ciudadanos de esta tierra, señores del camino y las estrellas.

Si los romanos se sentían dueños del mundo por ser ciudadanos romanos y Kennedy honró a los germanos y se declaró berlinés, nosotros reafirmamos que somos hidalguenses sin más límites que el infinito y que cualquiera que tenga un encargo por voluntad de los hidalguenses debe ser leal, sea del partido que sea o del color que lo arrope.

Aquí mandan los ciudadanos, por si alguien lo dudaba.