AMLO no olvidó a los que le abrieron camino

Era el escenario perfecto para vanagloriarse y construir un monumento al ego. Sí, qué mejor espacio para hacerlo, especialmente cuando se trataba del clímax de una historia política que por fin (casi) llegaba a su culminación. Todos los reflectores registraron el arribo del personaje que, finalmente, a fuerza de constancia y aprendizaje se encuentra en la antesala de convertirse en el primer presidente de la izquierda en México.

Una postal que quedará en la historia política: el asombro y alegría de Andrés Manuel al ingresar a la cancha del Estadio Azteca, el palacio histórico del futbol designado por el equipo de logística para el cierre de una campaña que parecía eterna. Seguramente él hubiera preferido, por su afición al rey de los deportes, realizar el último acto de campaña en los jardines de un parque de beisbol, y de paso pegar unos batazos y correr todas las bases, pero el gobierno de la Ciudad de México impidió que fuera el Zócalo el lugar para despedirse de sus seguidores y mutar de candidato a presidente. Era lo que había, y aunque el Azteca pertenece a esa mafia del poder que tanto condenó y obstaculizó los dos intentos anteriores por ganar la Presidencia, esa paz espiritual y un nuevo entorno con sus otrora enemigos abrió la puerta para la reconciliación con la familia Azcárraga, y celebrar el último día de campaña en la cancha en la que Pelé y Maradona levantaron la Copa del Mundo.

Los miles de amlovers, como llaman ahora los milenials a los simpatizantes y base social del tabasqueño y MORENA, asistieron como invitados especiales a una fiesta muy distinta a la de otras convocatorias. En esta ocasión ya no se trató de una asamblea de defensa del voto, la marcha en las calles por el injusto desafuero para sacarlo de la contienda, ni siquiera se trataba de una kafkiana proclamación de presidente legítimo, menos aún la resistencia a las políticas neoliberales. Nada de eso, era en realidad un convite distinto, una tertulia que a manera de festival musical de Siempre en Domingo, Teletón o Vive Latino se organizó para el entretenimiento de las masas asistentes al coloso de Santa Úrsula, esa multitud que conoce de muchos años a Andrés Manuel porque lo ha tenido cerca en la plaza, en la calle, el espacio público y no privado como en esta ocasión. Eran convocados a disfrutar del magno espectáculo.

Primero, como marcan los cánones de cualquier megaevento: los teloneros, para calentar el ambiente a la presentación del político más conocido en el país, el rockstar de Macuspana. Así, un grupo de niños y una orquesta sinfónica sorprende al respetable con una divertida interpretación del pegajoso tema de MORENA, con cantante y todo, luego llegó algo más autóctono, el canto de la folclórico de Susana Harp con las notas de La Llorona, en tanto algunos anuncios sobre la ruta del invitado principal. Sin más preámbulos llegaron las cartas fuertes del show: Margarita la Diosa de la Cumbia y la estrella del pop mexica, Belinda (con todo y su pop tour adaptado a la exigencia de un magno evento político), apareció en una metamorfosis de cándida Lolita a estrella de videos y cerrando con una sorprendente transformación de una reencarnación fashion de María Candelaria blondie. La también actriz y diva de las pubertas desde que apareció en el escenario agradeció a un tal Marcelo (¿será Ebrard?) hacerla partícipe de un trascendental evento que cambiará la vida de país. La figura de Belinda, además de deleitar a la concurrencia con pegajosas baladas, reggetón, mucho pop muy al estilo de una Katy Perry de Tenochtitlán, entregó una actuación digna de un MTV Music Awards que culminó con dueto con el poeta musical del pueblo, el virtuoso Espinoza Paz y un sentido México lindo y querido, que para ese momento en un entallado vestido de diseñador vanguardista de lo mexicano, recordó que en el multiculturalismo la belleza mexicana también alcanza a las rubias frívolas.

Pese a ese delirio capitalista con la reina de las industrias culturales de la música, en esa expresión que el sociólogo norteameriano Daniel Bell con desdén denominó baja cultura o cultura chatarra, éste fue un acto de redención de la artista que en un acto de arrepentimiento por haber sido ícono y producto creado por Televisa y animadora de los actos que hace seis años realizaba Enrique Peña Nieto, se presentó con humildad ante el personaje crítico más severo del régimen para rendirle honores al revolucionario de la eterna guayabera, porque todos merecemos el perdón, hasta ella que se avergüenza de cantar El Sapito, un éxito que la acompañará siempre aunque se transforme en una virtuosa de la ópera.

Así, en esa disposición de gran concierto tuti frutti, era el momento para recibir al político que mejor conoce los problemas sociales de México y que con sus 64 años de edad, de los cuales al menos doce ha estado dedicado de cuerpo y alma a levantar tres campañas, un movimiento nacional y crear un partido político. López Obrador, con gritos y aplausos, recibió el tributo de sus fanáticos, seguidores, simpatizantes y grupos sociales que desde que desde 1988 con el Frente Democrático Nacional, luego en la creación y presidencia del PRD, en los noventa y desde luego inaugurando el milenio en la gestión de la Jefatura de la Ciudad siempre están con él, en las buenas, malas y las peores: los adultos mayores, ese grupo olvidado por la sociedad, a los que además de una tarjeta de despensa les restituyó la dignidad, los discapacitados, madres solteras, niños talento, campesinos, obreros, artesanos, comerciantes…

No fue distinto a lo que ocurre en otros actos, en esta ocasión era el oropel, la gala, el confeti y los papelitos que volaban a su paso para excitar con esa parafernalia acorde con la majestuosidad del sitio y el valor simbólico del evento. Una vez hecho el recorrido, en el que agradeció con abrazos, besos, apapachos y uno que otro piquete de ombligo con quien lo conoce mejor, abrazó la bandera de la comunidad LGBT y anexas, subió al escenario a ofrecer el último discurso de esa etapa que concluyó la noche del 27 de junio de 2018, alrededor de las 9:30 de la noche.

El discurso, tras la presentación emotiva de Claudia Sheinbaum, tuvo como eje un reconocimiento histórico a los movimientos sociales y a personajes desde la militancia política, la academia, el periodismo y la intelectualidad. Estaba emocionado, nunca aprovechó aquel micrófono para colocarse como el mártir de su propio movimiento; antepuso a los hombres y mujeres que trabajaron por forjar la democracia del México moderno. Valentín Campa, Demetrio Vallejo Arnaldo Córdova, Heberto Castillo, los jóvenes del 68, Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska, los nombres que más retumbaron.

En esta parte no puedo negar que hubo un momento en la que me brotó una lágrima, porque al menos en la víspera de una gran cambio social en el país que ocurrirá en la noche del 1 de julio, esos nombres que salían de la retórica del presidenciable, que en mi humilde opinión algún día deberán aparecer en los anales de la historia con letras de oro como Heberto Castillo, Valentín Campa, Demetrio Vallejo y Cuauhtémoc Cárdenas (el también tres veces postulante que me hubiera encantado ver despachar en Los Pinos como su padre, Lázaro), no habían quedado en el olvido del inminente cambio en la estructura política que está por concretarse, cuando se materialicen esas mediciones de intención del voto que, al menos en esta ocasión, no dejarán duda de quién tiene la mayoría de las preferencias en las urnas.

Así las cosas, éstos serán días largos hasta confirmarlo, y la historia y legado de estos héroes de las luchas sociales no debe ser enterrado. López Obrador lo sabe, la voz lo delata cuando se quiebra al leer estos nombres que saltaron del papel a sus recuerdos. A él le tocó tirar la puerta de un régimen autoritario y al que perteneció en su juventud que trató a la izquierda como la mierda. Acabó la espera, el triunfo por fin ha llegado, espero que del legado de esos maestros, luchadores sociales, de figuras como Juárez, Madero y Cárdenas la nueva presidencia construya un nuevo pacto social.

Cierto es que la historia de la izquierda es trágica, pero afortunadamente también idealista. A este nuevo estadio que comenzará el 1 de julio no llegó la izquierda químicamente pura, esa que nunca se dobló que desde 1919 el Partido Comunista operaba en la clandestinidad y que hasta 1979 fue reconocido legalmente, casi en la etapa final de la Guerra Fría, esa visión coherente con el ideario del marxismo clásico, pero tengo la esperanza que al menos una versión light gobernará este país.

Ese que sea el consuelo de quienes creyeron, y creímos que la izquierda con estandartes electorales como los del Partido Socialista Unificado de México o del Partido Mexicano de los Trabajadores un día harían realidad aquella máxima de “llevar la imaginación al poder” y de reivindicar los derechos de los más pobres.

Tomo aire pare reponerme del flashback que en mis adentros me llevó a tantos mítines, boteos, marchas, protestas, ideales, días de huelga en la universidad y quiero con todo mi ser creer que ésta sea la buena, y que algo de lo que alguna vez soñamos mucho para este país, ese encanecido tabasqueño que se hizo viejo después de tanto trote en las regiones del país, logre eso que llaman el cambio verdadero. Pienso que si esos ilustres protagonistas del discurso pejista nunca cejaron con sus ideales, principios y permanente entrega a la causa popular, por qué habría de desfallecer el líder de MORENA cuando está tan cerca de la anhelada meta que a otros se les negó. Además de no olvidar los movimientos y luchadores que lo precedieron, Andrés Manuel puede (si quiere y lo dejan) convertirse en el líder que restituya algunos ideales de esos personajes que jamás olvidaremos y a los que les debemos a su integridad el paso histórico que estamos a punto de conseguir.

Por: Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.






EL ABISMO - Mario Ortiz Murillo

Maestro en Estudios Regionales, realizó estudios de Marketing político y gubernamental. Académico, periodista y sociólogo urbano; amante de los mejores y peores lugares de la Ciudad de México, a la que pensó que le venía mejor rebautizarla como Estado de Anáhuac que CDMX. Desertor de la burocracia convencido de la poderosa energía de la sociedad civil y marxista especializado en la corriente Groucho (Marx). De profundas raíces fronterizas chihuahuenses, se siente más juarense que Juan Gabriel, aunque ninguno de los dos haya nacido en la otrora Paso del Norte. A punto de doctorarse, le ha faltado tiempo (y motivación) para lograr el grado. Observador de la política nacional e internacional que siempre le resulta un espectáculo más divertido que la más sangrienta de las luchas de la Arena Coliseo. Entre los personajes que más ha respetado en la política se encuentran Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez, Olof Palme, Willy Brandt y Fidel Castro. Todavía sueña que en este país la izquierda merece una oportunidad para llegar a la Presidencia de la República; espera verlo antes de morir.