¿Goliat sabe dónde está David? Claro que no, por ello el golpe de la honda es mayor y la caída es estrepitosa.
Me apresto con mi abrigo gris a caminar con el velo de mi capucha, buscando el anonimato con el que los demás te miran pero no saben dónde tienes el corvo; entonces se asoman mis pensamientos sobre el sociólogo chileno Ariel Dorfman, percibo que la crítica de su libro “Para leer al Pato Donald” no es sólo la sátira del coloniaje mental que ha envuelto a Latinoamérica en el juego de David y Goliat, sino en la miseria material y cognitiva que nos rodea cuando en el transporte, oficina o en la calle observo a los esclavos de los dispositivos móviles.
Entonces pienso en Goliat, contemplo la muerte que se caricaturiza en los periódicos de nota roja internacionales: Europa pisotea a Latinoamérica y no sabe dónde está, pero lo que es peor, tampoco le importa, porque Europa es la reminiscencia de Isabel “La Católica” y su rémora, Fernando de Aragón, que hoy se llaman Vladimir Putin o Emmanuel Macron.
Se apresta la invasión europea en Latinoamérica, hasta donde los barcos hacen llegar contenedores repletos de tecnología automotriz y electrónica, que esta vez nos advierte que el coloniaje mental es la verdadera cadena de la esclavitud, pero como Europa sigue sin saber dónde está Latinoamérica, la tarea es la misma: defecar y vomitar en suelo ajeno, aquel que recibe el excremento europeo con un gusto inusitado, al estilo del frenesí del mendigo o del extraviado en el Sahara que vive viendo oasis donde no los hay y muere de sed.
Lo peor es que Latinoamérica no sabe dónde está Europa, por ello nuestras Pinta, Niña y Santa María siguen ancladas y no zarpan de los puertos para ir en pos de una ruta a la vieja India, es decir, esa Europa donde sus aborígenes necesitan la evangelización de nuestra marihuana y cocaína boliviana para entender el pensamiento cósmico del realismo mágico.
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Por: Carlos Barra Moulain
Carlos Barra Moulain es Dr. en Filosofía Política, su ciudad natal es Santiago de Chile, encuentra en el horizonte social su mejor encuentro con la historia y hace de las calles el espacio de interacción humana que le permite elevar su conciencia pensando que la conciencia nos ha sido legada por los otros.
